Islas habitadas de las que ocuparse

(c) Teatros del Canal
Tiene L’isola disabitata, la ópera que acaba de representarse en los Teatros del Canal de Madrid, y que antes lo fue en la Maestranza de Sevilla y en el Arriaga de Bilbao, los elementos necesarios para triunfar. Hay equívoco, hay tragedia, hay comedia. Tiene arias, duetos, grupettos. Y tiene música, de Manuel García, y libreto, de Metastasio. Una buena dirección musical de Rubén Fernández Aguirre (el pianista habitual de María Bayo) y una, también buena, dirección de escena de Emilio Sagi. Todo para enamorar al aficionado y al que no lo es tanto. Y así, poco a poco, los Teatros del Canal están creando a su alrededor un público de ópera que aplaude cuando le viene en gana, según su gusto o condición, lejos de las etiquetas que imponen cosos más tradicionales. Un público capaz de congregarse y casi llenar el teatro, un día festivo, el primero de un largo puente que invitaba, gracias al pronóstico del buen tiempo, a salir corriendo de la ciudad.
Pero el crítico, la crítica, tiene siempre que dar un paso atrás. Alejarse de esta corriente de buenas vibraciones y mirar. Ver si esa primera impresión es la buena. Si se puede decir en frío lo mismo que se puede decir en caliente. Si cuando desaparece la sorpresa, que se ha producido al desconocerse por completo lo que se va a ver y lo que se va a oír, se puede mantener la opinión. En este caso se da el paso atrás y la propuesta sigue funcionando porque nada está mal, parafraseando lo que decía el escritor Juan José Millás en sus talleres literarios, si nada está mal es que todo está bien.
Este espectáculo tiene el acierto de haber trabajado el conjunto. Haber realizado elenco no solo con los cantantes, sino con todo el equipo implicado. Haber pensado cuando hay que dar el do de pecho y, cuando, simplemente, hay que ser eficaz y eficiente, palabras que significan que superan con mucho el simple calificativo de resultón. El trabajo de Berna Perles, la soprano que canta y actúa el papel de Constanza, la esposa abandonada a su suerte en la isla deshabitada, es el claro ejemplo de lo que se ha dicho. Se muestra en su justa medida durante el espectáculo, reservándose para el aria en el que canta el triunfo de la constancia sobre el azar y la suerte, que consigue con esta canción mesmerizar a un público que hasta ese momento solo tenía en parte entregado. El mismo trabajo realizado en una u otra medida con el resto de los cantantes, en sus momentos, que no siempre son cuando hacen solos. Nada que objetar, pues la misma estrategia se ha seguido en el montaje de La Traviata que se ha podido ver recientemente en el Teatro Real.
El público disfruta, de eso no hay duda. Y habrá quién se reafirme en su afición a la ópera y quién, gracias al empeño de la programación de Albert Boadella, el director artístico del teatro, esté comenzando esta afición que tradicionalmente se confunde con tener cultura o de personas cultas y de posibles.
Sin embargo, siempre planea la pregunta. Además de pedagogía y el placentero consumo inmediato, qué ofrecen estas propuestas a los hombres y mujeres de hoy. ¿Qué cuestiones sobre ellos les plantean? Porque un arte que no cuestiona al espectador en cualquier momento y condición, que no le hace preguntarse, como diría otro escritor, Alejandro Gándara, “¿quién eres tú que estás mirando [en este caso sería escuchando]?” no le hace estar presente, estar ahí. Estará su cuerpo, de eso no hay duda, una masa ocupando su espacio, pero no su alma, sea esto lo que sea. Aunque, tal vez, vaya a ser eso, que el ser humano ya ha perdido el alma, al menos el ser humano occidental. Lo que explicaría muchas cosas. Lo que explicaría que al igual que los cuatro personajes de esta ópera, estemos habitando en islas deshabitadas, más pendientes de las ausencias que de nuestra presencia. Y, ya lo dice Marina Abramovich, the artist is present. Hay que estar presentes para ser conscientes de los otros y de lo que nos rodea. De los que nos preguntan “Eh, ¿tu quién eres? ¿qué estás mirando?” Una pregunta para (pre)ocuparte y habitar(te), de nuestra contemporaneidad. Preguntas que este espectáculo evita porque sabe que no hay una sola respuesta sino solo una respuesta propia. Y, el público se lo agradeces. Se pone en pie, aplaude y grita bravo. El mismo que ya está pensando en la siguiente, y en la siguiente, y en la siguiente.
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