La música contemporánea (II)

Como todos los años por estas fechas otoñales, ayuntamientos, diputaciones provinciales y comunidades autónomas se apresuran a anunciar a bombo y platillo las programaciones culturales de la nueva temporada. En la prensa escrita, en los medios de comunicación audiovisuales, en carteleras, en publicidad de calle y en costosos folletos de papel couché, los más importantes auditorios y sus orquestas sinfónicas despliegan su agenda de los próximos meses. La Orquestra de València, que tiene su sede en el Palau de la Música, lo hizo hace una semana. La información publicada en domingo y a doble página en todos los periódicos locales y nacionales volvió a confirmar el nulo interés, por no hablar de absoluto desprecio, que los gestores de esta institución manifiestan hacia la música de nuestro tiempo.

Lo que durante las últimas tres décadas era una brecha declarada entre el repertorio histórico y la nueva creación musical, hoy ha devenido en un abismo infranqueable y me temo que de consecuencias irreversibles para los profesionales y los aficionados a la música en esta ciudad. Afortunadamente, la situación no es la misma en otras ciudades españolas y sus orquestas y auditorios, si bien mantienen la citada brecha, la gestión, sin embargo, es bien diferente y desde hace años dedican tiempo, esfuerzo, creatividad y presupuesto a la innovación y renovación de programaciones, repertorios y públicos. No obstante, y para evitar caer en la autoflagelación, el pesimismo o el titular fácil, hagamos números y saquemos algunas conclusiones por si alguien todavía alberga alguna duda a este respecto. Asimismo, animo a quien le apetezca que haga lo mismo en su ciudad o con las orquestas más cercanas.

La temporada 2014/2015 del Palau de la Música de València ofrecerá 45 conciertos, de los cuales 27 correrán a cargo de la agrupación sinfónica residente y 13 contarán con su director titular y artístico desde el año 2005, Yaron Traub, subido al podio. El resto de conciertos serán dirigidos por batutas como George Pehlivanian, Antonio Ros-Marbà, Fabio Biondi, Pinchas Steinberg o Nathalie Stutzmann, entre otros. La Orquestra de València, fundada en 1943 por Joan Lamote de Grignon, pondrá sobre sus atriles las Sinfonías núm. 2 y 5 y Kindertotenlieder, de Mahler; Harold en Italia, la obertura de El Corsario, Les Nuits d’Eté y la Fantástica, de Berlioz; la 4ª, la Patética, la Manfred y el Cascanueces, de Chaikovski; la Pastoral, Las criaturas de Prometeo y la Leonora III, de Beethoven; la 7ª de Bruckner; la Alpina, Don Quijote y Der Rosenkavalier, de Strauss; la 3ª y la 4ª de Brahms; La Valse, de Ravel; la Renana y la 4ª de Schuman; la 3ª de Saint-Säens; la obertura de Don Giovanni, de Mozart; la Cantata nupcial, de Bach; la Oxford y la 49ª de Haydn; la Leningrado, de Shostakóvich; Una noche en el monte pelado y Khovanshchina, de Músorgski; El cazador furtivo, de Weber; Poema del Éxtasis, de Scriabin; oberturas y actos de Lohengrin, Parsifal, Los Maestros Cantores de Nuremberg, de Wagner; Matías el pintor, de Hindemith; La noche de los Mayas, de Revueltas; Los pescadores de perlas en concierto, de Bizet, y la 3ª de Roussel.

También, conciertos de Sibelius, Khachaturian, Marcello, Wieniawski, Lalo, Schumann, Boïeldieu, Goldmark, Saint-Säens, Glière, Haydn, Liszt, Elgar, Prokofiev, Ginastera y Ravel, así como, El Mesías, de Haendel, por las fiestas navideñas; el Bolero de Ravel; la Iberia y la Petite Suite, de Debussy, y faltaría más, un Carmina Burana, como guinda a esta poco asombrosa programación sinfónica. Del catálogo patrio, sólo se podrán escuchar las Cinco canciones negras, de Montsalvatge, y la Suite Compostelana, de Mompou/Ros-Marbà.

El resto de conciertos, lejos de compensar la programación de la Orquesta de Valencia, no aporta ninguna novedad ni se aparta un ápice del repertorio. Los 18 conciertos que completan la temporada estarán protagonizados por The King’s Consort y Purcell, el Ensemble Artaserse con un programa barroco, The Hallé con Vaughan Williams y más Chaikovski y Sibelius, la joven orquesta venezolana Simón Bolívar y Dudamel con la 5ª de Beethoven y otro monográfico wagneriano, Fabio Biondi que repite hasta dos veces más al frente de la Europa Galante y la Stavanger Symphony Orchestra, Philharmonia Orchestra con más Beethoven y Chopin, la Manchester Camerata, la Orquesta Nacional de Francia con otra 4ª y la 5ª de Chaikovski, la Academy of Ancient Music, la Orquesta Manuel de Falla, Trondheim Soloists, la Orquesta Bandart con la 7ª y la 8ª de Beethoven y conciertos de los pianistas Sokolov, Lisiecki, Zimerman y Maria João Pires, así como las agrupaciones valencianas Collegium Instrumentale y Spanish Brass Luur Metalls.

Disculpen los tres párrafos anteriores, pero era inevitable plasmar de manera exhaustiva la relación de obras que tanto la Orquesta de Valencia  como las agrupaciones sinfónicas invitadas interpretarán a lo largo de la presente temporada para justificar la publicación de este artículo. No sólo no encontramos ningún encargo/estreno absoluto —ni relativo— en esta recurrente y redundante programación, sino que no vemos ni un solo autor autóctono (quiero decir valenciano) —vivo o muerto—, ni un solo compositor en activo, ni una sola obra compuesta en los últimos sesenta años…

Lo más grave de esta situación no es que los gestores de esta institución pública, mantenida exclusivamente con fondos públicos procedentes del Ayuntamiento de Valencia y de la Generalitat Valenciana, ignoren la música de su tiempo y no pongan la primera agrupación sinfónica de la ciudad al servicio de los compositores valencianos, sino el hecho de que a nadie parece importarle lo que sucede. Ni compositores, ni músicos, ni siquiera los mismos que nutren la plantilla de la orquesta, ni público, ni críticos… a nadie parece importarle esta anomalía artística, esta mala política cultural y musical. No se puede hablar de porcentajes, porque el ciento por ciento de la programación está dedicada al repertorio histórico, a las mismas sinfonías y conciertos clásico-románticos que año tras año se repiten sin cesar.

Esta política cultural ultraconservadora, poco imaginativa, anacrónica, despectiva y arrogante está dañando la imagen de toda una comunidad y lo que es más terrible está sentenciando musical y artísticamente a toda una sociedad. Los artistas deben ejercer su influencia en las organizaciones políticas, sociales y culturales. Un auditorio y una orquesta sinfónica no pueden operar sin un consejo rector, sin una dirección artística colegiada, en el que participen todos los protagonistas de la vida musical de una ciudad. Compositores, intérpretes, pedagogos, artistas, musicólogos, patrocinadores, aficionados, etc. deberían de ser escuchados a la hora de tomar decisiones de carácter artístico, musical y, por qué no, pedagógico. La edad media del público que adquiere los abonos del Palau de la Música de Valencia se encuentra por encima de los sesenta años. Esto es un síntoma de que las cosas no se están haciendo bien y de que deberían haber saltado todas las alarmas hace años.

Recientemente, se ha elegido al nuevo director del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) tras más de una década de una gestión polémica y de un deterioro notorio. La elección se ha realizado en concurso público y en función de méritos y proyecto. Sin embargo, el Palau de la Música de Valencia lleva más de veinte años sin dirección artística. Al frente del auditorio y de la orquesta está la concejal del área correspondiente del Ayuntamiento de Valencia desde hace más de dos décadas. Ante semejante panorama no ha lugar para hablar de la música contemporánea, porque sencillamente no existe.

 

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