Nada importa cuando bailamos
Se agradece a la compañía de danza Nederlands Dans Theater (NDT), que acaba de pasar por el Teatro Real, el que descubra The Magnetic Fields al público español. Un grupo de pop gaseoso, de carretera, veraniego y sin ser hortera, que recuerdan a un Bowie más bien desprejuiciado o a un David Byrne reactualizado al que su curiosidad permanente, y que no le ha abandonado, le hubiera seguido iluminando. Más cuando la NDT lo hace en la segunda parte del programa, en la coreografía llamada Schmetterling, en una mezcla sorprendente con las músicas de Max Richter poniendo una vez más de manifiesto ese fructífero maridaje entre pop y minimalismo en el que Phillip Glass se ha manejado tan bien. Sesenta y nueve canciones hechas con ukelele, banjo, acordeón, violonchelo, mandolina, piano, flauta, xilófono, percusión, guitarras, sintetizadores, efectos y voz que seguramente ayudarán al público que asistió al espectáculo y que luego se compraron o descargaron el disco a sobrellevar el calor y la pereza, en cierto modo melancólica, del verano y a recordarlo, a hacerlo especial.
No es extraño que hayan elegido a este grupo y este disco. En él hay una canción llamada Nothing matters when we’re dancing que se usa profusamente en Schmetterling (y leitmotiv la película española de culto 10.000 km). Cosa que es verdad, nada importa mientras bailan ellos en escena. Que son ellos y somos nosotros bailando. Pues el diverso cuerpo de baile, cuerpos reales que no se ajustan a los cánones físicos de bailarines (esto ocurre más en el caso de los hombres que de las mujeres), aunque no dejan de estar musculados, le permite a los coreógrafos usar esa diversidad como si no hubiera diferencia en capacidades y habilidades de ballet. Pues todo es una cuestión de técnica. Esto permite travestir a mujeres en hombres, como en la primera coreografía Sehnsucht, o al revés, hombres en mujeres en la segunda coreografía. Y ver que las diferencias son aparentes y que posiblemente nos han sido impuestas culturalmente y que hay críticos que no son capaces de ver con buenos ojos esta revisión del rol de género en el ballet. Pues ellas son capaces de bailar lo que ellos bailan y ellos lo que ellas bailan. En una suerte de ampliación del cuerpo de baile que permite jugar la confusión de los géneros, ironizar y reírse. No le falta humor a estas dos melancólicas historias de amor. Incluso a la primera, Sehnsucht, la más triste, la de los límites impuestos a la pareja por una casa, posiblemente hipotecada, alrededor de la que gira la vida de dos. Casa que seguramente también hipoteca la vida de esos dos que intentan vivir en común para toda su vida.
No, no es una denuncia. No resultan una protesta contra un orden burgués impuesto como se convertiría en manos de la bailarina, coreógrafa, dramaturga y directora de escena Claudia Faci. Es más bien un contarnos unos a otros lo que somos con esa calma y ese relax que pide ver la vida pasar. Se trata de comprender y entender. Con la certeza de que no siempre seremos felices, de que no siempre nos sentiremos bien, que a pesar del cuidado que ponemos seguiremos haciéndonos daño… aunque no estamos ni hemos venido aquí para eso. Que estamos para hacer un pas de deux con la persona a quien queremos. Paso que nos personaliza e individualiza frente al conjunto, al cuerpo de baile que baila al unísono. Y, sin embargo, la soledad siempre está presente. Siempre se presenta. Ya sea en un inmenso escenario como el de este teatro o cuando estamos y nos presentamos ante la naturaleza. Incluso en un pequeño nido de amor en el que siempre hay algo que está donde no debería estar. Una mesa cuelga de la pared. Una ventana en el techo o en el suelo. Donde la extrañeza se produce cuando un elemento se cambia de lugar, proponiendo y encontrando una salida inesperada. Inesperada, pero siempre bailable y corporal. Un cuerpo que sale por la ventana y deja unas piernas flotando en el interior de una casa.
Sol León, española, y Paul Lighfoot, inglés, los coreógrafos, escenógrafos y figurinistas de este programa, encuentran todo esto tanto en la abstracta música de Beethoven que usan en la primera pieza, Sehnsucht, como en las más contemporáneas de The Magnetic Fields y Max Ritchter de la segunda, Schmetterling. Y sus espectadores lo captan y se entusiasman. No son el número de espectadores que este espectáculo se merece pero aplauden mucho. Porque ellos ya saben que nada importa mientras se baila. Esa actividad del cuerpo que convierte lo físico en sensación y sentimiento. El sentimiento de estar vivo. De moverse, en los espacios pequeños de los seres humanos o en los inmensos espacios naturales, como lo hace con rabia y desesperación Medhi Walerski ante esa foto que cubre el fondo del teatro con un inmenso y nuboso atardecer sobre montañas en blanco y negro. Una fotografía que se puede correr como una cortina y mostrarnos solos ante la inmensidad del fondo del Teatro Real. Pero nada importan porque mientras tanto nosotros bailamos y bailamos una vez más y nos sentimos, nos percibimos, nos hacemos conscientes de nosotros mismos, conscientes de la importancia y la necesidad en el baile.
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