Un amor lejano al que acercarse

Hay muchos motivos para que los turistas internacionales visiten Quebec en un viaje a Canadá. Pero entre los mismos no se encuentra habitualmente su corto Festival de Ópera veraniego. No porque la calidad de lo que ofrezcan desmerezca, sino porque en su conjunto lo que ofrece se puede ver y oír en otros lugares. Sin embargo, este año, el festival programaba el estreno en el Grand Théâtre de Québec de un nuevo montaje de L’amour de loin de Kaija Saariaho con libreto del escritor y premio Príncipe de Asturias Amin Maalouf y dirección escénica del quebequés Robert Lepage y su compañía, Ex-Machina. Ópera contemporánea que poco a poco se está introduciendo en el repertorio de los grandes teatros y festivales del género desde que se estrenó en el año 2000 porque triunfa allá donde se representa y les da a todos cierto aire de modernidad sin que se le rebelen las plateas o los patrocinadores, más bien todo lo contrario. Motivo por el que seguramente el Metropolitan de Nueva York coproduce este montaje junto con el Festival, aunque todavía no ha anunciado cuando lo va a estrenar, en cualquier caso no va a ser en la temporada 2015-16, al menos no se encuentra en la programación que para dicha temporada tiene publicada en su página web

Así que cuando se entra en el teatro se encuentra a un público vestido de manera informal en estado de excitación. Hay charlas. Hay corrillos. No hay entradas. Solo alarma que la edad media es similar a la que se encuentra en otros teatros de ópera del mundo, aunque no falta el excepcional adolescente en bermudas y zapatillas habitualmente acompañado de uno o varios adultos o el, aún más excepcional, moderno alternativo. Excitación que sin duda se debe a la presencia de este importante estreno frente a las modestas producciones de ópera que se programan en el Grand Théâtre durante el resto del año. Y a la que se añaden dos factores específicamente locales. El primero, el que su libreto esté escrito en francés, factor clave en esta región que ha construido su independentismo sobre su especificidad francófona. El segundo, que Robert Lepage y su compañía Ex-Machina sean los responsables de la dirección escénica de este montaje. Referentes mundiales del teatro contemporáneo cuya base de operaciones se encuentra en la ciudad de Quebec donde han creado montajes que recorren o han recorrido todo el mundo y, que de un tiempo a esta parte, han montado varias óperas para grandes teatros, incluyendo la última gran producción de la Tetralogía de El Anillo del Nibelungo de Wagner para el Metropolitan de Nueva York.

Factores todos ellos que seguramente justifican que la excitación y expectación no decaiga cuando se entra a la sala y se ve un escenario oscuro en el que destacan unas finas líneas de luz horizontales, como un pentagrama de más de cinco líneas, que no dejan intuir el gran espectáculo al que se va a asistir. Así que es entrar el director musical y de orquesta, el español Ernest Martínez-Izquierdo, saludar, y ponerse a dirigir para comprobar como la música va invadiendo la escena de una manera sinestésica del tal forma que no permite la separación entre vista y oído. Algo que se ve favorecido porque se trata de una ópera contemporánea de la que a pesar de su éxito todavía no abundan las grabaciones ni, pese a su progresiva incorporación al repertorio, sea suficientemente conocida por los aficionados. Por tanto, no existe entre el público una memoria musical de la obra que se pudiese defraudar. Aunque la compositora no renuncia a la memoria musical del espectador medio, la que este ha ido acumulando con discos, videos, conciertos y espectáculos en directo a lo largo de su vida, sino que juega con ella, acude a ella sin complejos, para ampliar su experiencia y facilitar la comprensión de una historia de amor que en principio podría parecer lejana para el público actual. Pues se trata de una historia, un cuento, de amor cortés en la Francia del siglo XII entre Jaufré Rudel, trovador del príncipe de Blaye, y Clémence, la condesa de Trípoli en Líbano.

Con todos estos presupuestos Lepage comienza pintando la obertura de esta ópera con puntos de luz sobre ese pentagrama ampliado que forman las líneas horizontales en el escenario. Puntos de luz que permanecen y reverberan hasta formar el reflejo en el mar de un sol en su ocaso. Un mar lleno de vida, de la real y de la ficticia pues no le faltarán sirenas y sus (en)cantos. Un mar Mediterráneo recorrido de noticias de una a otra orilla y que es el fondo sobre el que se recortan las almenas desde las que cantan los dos protagonistas su deseo por el otro al que no conocen personalmente, otro que solo es una idea. Un mar calmo y embravecido, correlato de los sentimientos de sus protagonistas. Seres deseosos y deseantes. El deseo amoroso de nuevo como material operístico, como fuente de romanticismo y de tragedia. El deseo, tema que interesa a los artistas desde finales del XIX hasta nuestros días y, tiene pinta, de ir más allá. El deseo que solo persiste si no se satisface. Si no se hace concreto, pues la concreción, su realización, lo mata. Evitar el encuentro con el sujeto del deseo para que el deseo persista y uno pueda alojarse en él. Un ideal amoroso desconocido e inexistente que individualiza al que lo siente y padece. Frente a ellos, el pueblo, los amigos y la corte, formando un coro que les recuerdan que la felicidad viene de lo real, de lo posible, de lo factible y no de las ideas, de lo ideal.

 

 

Eso es lo que la música de Saariaho pone en escena. Música sin duda avanzada que lo mismo recurre a una cantiga que a Clapping music de Steve Reich. La música que ha sabido ver Lepage y a la que él se ajusta como un guante. Unión que sorprende cuando se buscan en YouTube u otras páginas de vídeos donde se encuentran otros montajes que muestran que existen otras formas de contar la misma historia que también podrían funcionar. Sin haber visto las otras propuestas, lo que esta consigue, aunque se asista sin saber francés y sin los socorridos sobretítulos en el idioma o idiomas que uno hable, es que se comprenda lo que pasa en escena, aunque después le resulte difícil al espectador expresarlo con sus propias palabras. Incluso se olvida que es un montaje de Lepage y de Ex-Machina, con su gramática y su ortografía a la hora de contar. Aunque en ningún momento abandonan su buena poética, esa que olvida la espectacularidad de la tramoya y sorprende creando espectáculos desde la sencillez y de la modestia que le dan su sabiduría escénica, como lo prueban el uso de unas sencillas marionetas. Sencillez y modestia a las que se aferran y utilizan a favor de la historia, a favor de una música que se cuenta, se canta y suena en escena.

 

El público, que no puede callar tras lo que ha visto y ha oído, que se siente con la obligación de decir algo, acaba analizando la obra tal como ha sido educado, un análisis basado en las características técnicas de la orquesta y los cantantes olvidándose del importante cuento y su moraleja. Sobre la orquesta podrá decir que se le nota lo poco acostumbrada que está al repertorio contemporáneo, como la mayoría de las orquestas del mundo, lo que sin duda ha condicionado la forma eficaz en la que la dirige Ernest Martínez-Izquierdo consiguiendo en ciertos momentos que produzca la seductora y tentadora textura sonora que contiene toda la partitura. El espectador también clasificará a los cantantes según su gusto. Y mirará ávido el programa para ver a quién pertenece la voz y la presencia que interpretaba al peregrino descubriendo que se trata de la mezzo-soprano Tamara Mumford a la que se debería mantener en la gira de este montaje siempre que sea posible. Lo que tal vez sea difícil ya que sus cualidades no han pasado desapercibidas al Metropolitan que este año la tiene en varias de sus producciones, confirmando lo que el aficionado piensa, que hay que seguirle la pista. Cantante que se lleva los aplausos que le quedan al público quebequés después de aplaudir a Robert Lepage, hijo predilecto de la ciudad, a los que enorgullece su capacidad para crear desde el lejano Quebec espectáculos que atraviesan montañas, grandes lagos, mares, llevando un mensaje de amor al mundo y del que este L’amour de loin será uno de los mejores representantes de su buen hacer, de los que le encantará tener en cartelera a los programadores de cualquier buen teatro de ópera de cualquier ciudad. Acercar este amor que parece tan lejano. Hacerlo concreto y acabar con el deseo de tantos espectadores que no pueden viajar y a los que los periodistas, los críticos y los turistas culturales, los peregrinos actuales, les cuentan historias sobre una ópera contemporánea que amarán y desearán volver a ver y escuchar, este L’amour de loin de Saariaho, Maalouf, Lepage y Tamara Mumford.

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