Don’t look back

 

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Tres días, dos repartos y entradas agotadas a pesar de los precios, al menos los dos días posteriores al estreno pues Roger Salas informa en El País que el día del estreno había muchos sitios vacíos, para ver Orphée et Eurydice, la ópera-danza que coreografío Pina Bausch a partir de la obra de Gluck. Una coreografía de 39 años, nada menos, pues se estrenó en 1975. Llega de la mano del Ballet de la Ópera de París, el director musical Thomas Hengelbrock y el coro Balthasar-Neumann Chor & Ensemble. Y las voces de Maria Riccarda Wesseling, Yun-Jung Choi y Jaël Azzaretti. ¿Y?

Pues esa es la pregunta. ¿Y? Seguramente también es la respuesta, ¿Y?, si se atiende a la justificación histórica para su presencia. Ser un hito en la tradición dancística contemporánea y el comienzo de una retórica propia, la de Pina Bausch. ¿Qué aporta esto a los artistas y a los espectadores? ¿Y a la crítica? Nada, excepto para aquellos que ven lo que se consideran obligados a ver y conocer lo que se supone que tienen que conocer y, así, poder responder que sí, que sí han visto “el Orfée y la Euridiche de la Baus”.

Todo ello se podría decir que son paparruchas cuando uno se sienta, comienza la música y se abre el telón. Porque, sin esa situación historicista y museística de la obra que han hecho los mass media se podría pensar que la acaban de montar para disfrute del espectador, pero no solo, pues se nota, se siente, la entrega de los que ocupan la escena. Su presencia, la del artista, la de los artistas, que se mueven ligeros de equipaje, que no ligeros de conocimiento y menos de técnica. Al menos, a los ojos del espectador, al que le ofrecen los tópicos de la danza de una manera sencilla y, a pesar de los años, novedosa, en la que la voz, que no deja de ser cuerpo, se hace música y la música se hace movimiento. Y el movimiento, un lenguaje universal que todo el mundo entiende, según la coreógrafa. Posible explicación de que se hayan obviado los sobretítulos en las representaciones del Teatro Real y le hayan birlado al espectador un hermoso texto para mantener a la audiencia clavada en el escenario avant la lettre. Aunque hay gente que en los intermedios entre escenas usa la luz del móvil para leer las explicaciones de Norbert Servos en el programa de mano del teatro. Autor al que se le describe pomposamente, todo hay que decirlo, como polifacético artista e intelectual especialista en la obra de Pina Bausch como si el texto publicado no fuera suficiente. Y en la lectura buscan explicaciones al color, las formas, los elementos y los cuerpos que se ven en escena desmintiendo la universalidad del idioma dancístico y su capacidad de lingua franca.

¿Y? Que el amor, o la búsqueda del mismo, es un camino por el infierno, por el inframundo. El recorrido de Orfeo buscando a Eurídice, su amada, por el Hades. Un infierno que esconde al amor. Y que una vez atravesado, se encuentra, y se puede vivir siempre que se viva en futuro, en expectación, y no en pasado. Esa mirada atrás, a lo que se deja detrás, una mirada pasada que mata al amor, a la persona amada, porque la persona amada solo puede ser en presente, lo que es ahora, o en futuro, lo que puede llegar a ser. Ya que en pasado, ya ha pasado, y mirar para atrás para verla es no verla nunca más en lo que es hoy o en lo que será luego.

¿Extraña pues que Gluck escribiera el canto en un registro que para sus contemporáneos era gritado? Y ¿extraña que ahora, en nuestro presente, ese grito suene a música celestial en alemán, el idioma de la versión del texto usado en esta propuesta? Una música celestial que se canta en el infierno en el que se busca el amor. Ese es el salto que da Pina Bausch y su coreografía. Para que su amor, la danza, (sobre)viviera, ella sabía que no tenía que mirar atrás, y como Orfeo, primero llegar al fondo, y luego ir por delante, hasta que el amor, su amor, la dejase a ella atrás, sin mirarla y se dirigiese a un futuro mejor que el amor siempre anuncia. Un mensaje realmente revolucionario en los tiempos que corren, en pos de unas finanzas, de unos números, de unas cuentas, en el que todo es deseo en la mirada, deseo de poseer lo que ya fue, lo que ya se fue. Una tragedia bien moderna.

 

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