Fin de época

Terminó una época. La desaparición de Pierre Boulez el pasado 5 de enero se nos presenta casi como una sentencia: “La modernidad ha muerto (definitivamente)”. Una tardía acta de defunción, porque el tiempo que vivimos poco tiene ya que ver con el tiempo que marcaron figuras como Boulez, Nono, Stockhausen, Xenakis… Una generación en la que el compromiso implicaba armar a conciencia un pensamiento, y que éste se formulara de manera beligerante, sin concesiones. De esos rigores surgieron inviernos prolongados y áridos, pero también música e ideas de enorme peso. Y grandes disputas en torno al compromiso, quizá las últimas querelles (a pesar de que el mismo Boulez manifestara las polémicas no le apasionaban).

Pero… ¿hay un legado Boulez? Esto no es fácil asegurarlo, aunque parece claro que su pensamiento ha abierto ya una incisión en la historia, y la profundidad de la marca no es pequeña; no parece sencillo taparla (o sobrevolarla sin darse cuenta), al menos a medio plazo. Otra cosa es que ese pensamiento mantenga una influencia real en la situación actual del arte en la que todo parece en estado de flotación, donde hemos sustituido cualquier atisbo de direccionalidad (tiempo al fin y al cabo) por puro movimiento errático en el espacio. Y en ese contexto, esa forma de compromiso no encaja bien. Las nuevas generaciones sin duda seguirán formándose e investigando en ese templo de la creación musical que Boulez puso en marcha, el IRCAM, pero la propia inercia de este espacio privilegiado puede convertirse también en la tumba simbólica de una forma dialéctica de entender el arte. Una forma que, como decimos, parece percibirse cada más ajena a nuestro mundo. Lógicamente, a medida que nuevas capas generacionales se vayan superponiendo, ese legado probablemente se desdibujará más y más, y desde una mirada que seguramente destila más melancolía que deseo de retorno, algunos hablarán de pérdidas irreparables. O quizá no.

Lo que sí es seguro es que Boulez no ha sido únicamente una figura capital de la música y del arte del siglo XX, al menos en la imagen convencional de lo que entendemos como personalidad de relieve. Compositor, director, incitador y gestor de grandes proyectos culturales, teórico, pensador… Todo eso sí, sin duda, pero quizá lo que le eleva a una categoría diferente es su capacidad para debatirse entre polaridades, entre la contradicción, y salir intelectual o artísticamente indemne de la batalla, casi siempre dando una lección de coherencia y de peso crítico. Un ejemplo: del acerado espacio de un pensamiento de rigor matemático, surgirá finalmente y con fuerza la poesía (Mallarmé, René Char…). Otro: a pesar de su aversión pseudo terrorista hacia los teatros de ópera, recordaremos siempre su interpretación referencial de Wozzeck o el estreno parisino de la Lulu terminada por Friedrich Cerha, o el Tristan, Parsifal… Son sólo dos ejemplos, entre bastantes, de oposición y contradicción que bastarían para hundir en la miseria muchos sesudos intentos de justificación. Sin embargo, un extraño don permitía a Boulez hacer estos malabarismos en la cuerda floja, casi siempre con éxito.

Las palabras finales de una entrevista concedida en 2008 a la revista Ñ, el suplemento cultural del diario argentino Clarín, pensamos que definen perfectamente a este músico esencial en el contexto de nuestro tiempo:

“No se trata de malos o buenos tiempos. Siempre hay que hacer un esfuerzo y siempre es necesario tener una personalidad fuerte para que las cosas resulten. Si uno es tímido y poco aventurero, aun cuando las ideas sean excelentes, no pasará nada. Yo no soy una persona tímida. Estoy dispuesto a intentar. A los otros les tocará juzgar si valió la pena.”

Nosotros pensamos que sí.

 

Licencia Creative Commons
Fin de época por Redacción, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.