Idomeneo, cantar no es interpretar

(c) Javier del Real
Es el Idomeneo de Mozart que se acaba de estrenar en el Teatro Real el típico ejemplo de que tener los mejores materiales, materia prima, no significa obtener el mejor resultado. La competencia de Ivor Bolton y Robert Carsen están más que probadas por los fieles del coso madrileños. Y no hablemos si nos referimos al coro del teatro. Los cantantes también tienen currículo, un currículo que solo se consigue con calidad.
Entonces, ¿por qué no funciona? Simple y llanamente porque el entusiasmo que se ve en Ivor Bolton dirigiendo no pasa de su atril a la orquesta ni a escena. Simple y llanamente porque la buena idea de Robert Carsen no soporta casi cuatro horas de representación, es como las latas cerveza que las tropas abren en un momento del montaje, el efecto se va con el gas. Y, simple y llanamente porque los cantantes cantan, y lo hacen bien por mucho que digan los aficionados o la crítica, pero no interpretan. Y eso lo notan, porque la que se lleva más aplausos y gusta más, Elena Buratto, es la única que en interpreta en uno de sus momentos estelares, que no en todos.
Cantar es técnica. Interpretar es otra cosa. Es saber desde dónde canta el personaje, desde qué momento emocional, qué sentimiento y pensamiento vehicula con las notas. Cuál es su postura en esta historia, conocerlo como persona para reaccionar a todo lo que sucede a su alrededor de forma natural y orgánica, como si cada noche fuera la primera vez que cantasen. Todo ello obliga al cantante/interprete a ocupar y tener una presencia en escena. A moverse y conmoverse con el otro, con lo que el otro hace.
La verdad es que se nota que todos son conscientes de la necesidad de interpretar. Y el que más Eric Cutler por lo que recurre a acciones, pero son acciones impostadas, acciones de TV movie de sábado después de comer o de teleserie, que de pura repetición se aceptan como lo normal. De esas que el imaginario colectivo está adoptando como formas aceptables de representación de la confusión y el dolor (como llevarse las manos a la cabeza o moverse haciendo aspavientos cuando estás preocupado, te sientes desgraciado).
No, no creo todo eso se produzca porque sea la música y el estilo metastasiano del libreto esté alejado de la sensibilidad contemporánea, como me comenta un experto sentado a mi lado. Cuando me lo dice pienso, si no tiene nada que ver conmigo porque me la cuentan o porqué es un clásico. Cuando me lo dice pienso que la ópera es teatro y en teatro un buen montaje es capaz de superar esas distancias, de hecho debe trabajar para eliminarla. Solo hay que pasarse por el Teatro de la Comedia y ver lo que hace la Compañía Nacional de Teatro Clásico con el Siglo de Oro o asistir a muchos de los montajes de la Royal Shakespeare Company o Cheek by Jowl.
Tampoco se trata de que las historias de dioses y diosas paganos tengan poco interés en una sociedad que se declara laica y poco religiosa, y cuando se declara religiosa lo hace de un solo dios verdadero. Solo hay que ir al Festival de Mérida en verano para comprobar como un buen montaje convierte el clásico teatro griego en totalmente contemporáneo. Hay que reconocer que Carsen lo ha intentado. Pero el aburrido video de la primera parte y la hermosa foto de la segunda, a pesar de tratarse de una ciudad bombardeada, no funciona. Tampoco el ocultarlo con el uso de “cienes y cienes” de actores en escena.
Y, es que, a pesar de lo dicho, se nota que el equipo artístico se ha jugado poco. Que le falta compromiso con el juego escénico. No hay riesgo. Actualizar imágenes no es un riesgo, y menos en la ópera hoy en día. La impresión es que los listos de la clase, en vez de esforzarse, en vez de mostrar su ambición, han ido a lo fácil, porque yendo a lo fácil aprueban y con nota. Un espectador crítico debería exigirles más, mucho más, ya que son buenos, ya que son listos.
A lo que se añade que la elección de los cantantes no tienen nada que ver con las edades de sus personajes y parecen ser todos de la misma quinta. De hecho Eric Cutler que hace de Idomeneo parece más joven que David Portillo, que hace de Idamane, su hijo. Igual que Anette Frischt, que interpreta a Ilia la enamorada de Idamante, el hijo, le pega más a Eric Cutler, Idomeneo, el padre. Una magia escénica que está también descuidada. Seguramente por lo que ya se ha contado. Es un montaje que se ha fijado más en el cantar que en el interpretar.
Así que nadie que vea esta representación entenderá lo que hay en juego en escena. Se quedará en la anécdota y en la melodía o tonada de que un rey de Creta, Idomeneo, que fue capaz de vencer a los troyanos, es impotente ante los fenómenos naturales, como la tormenta que le pilla en alta mar. De la que es salvado por Neptuno y que este le pide a cambio el sacrificio del primer humano que vea al volver a Creta. Ese humano resulta ser su hijo al que ama a pesar de saber que se ha enamorado de una prisionera troyana, que antes que lo propio, lo amigo, le gusta y quiere al enemigo.
¿Por qué a un rey le resulta tan fácil matar a quien sea siempre que no sea su hijo?, ¿por qué no es capaz de reconocer a los otros como a sí mismo? Eso ni se trata ni se cuenta en este montaje. Ahora que en la calle se está imponiendo el discurso de los “otros” (sin derechos) y “nosotros” (con derechos por el simple hecho de serlo). Para eso hubiera sido necesario mayor compromiso (ético) con el riesgo artístico. Jugársela. Aunque, hay que entender, que no están los tiempos (políticos) para el juego. Que la vida pública está muy revuelta para arriesgarse a hablar de sentimientos, pensamientos. Para ser sencillamente complejo. Incluso no está el horno para pírricos actos heroicos como los que se pueden hacer en un teatro de ópera. Da igual que haya que renovarse o dejarse morir y sus espectadores con ellos.
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