Impresiones y paisajes
En este episodio no voy a hablar de las convicciones de las que me estoy sirviendo para amortiguar el inevitable impacto que sufriré -sin duda-, tras el salto al vacío descrito en el texto inaugural de mi estado de ignorancia.
Voy a permitirme volver la mirada hacia un aspecto más íntimo y personal, hacia un terreno resbaladizo: el de las sensaciones. Debido a su inmediatez, las sensaciones pueden resultar a veces superficiales y vacuas en un primer momento. Sin embargo, pasado el tiempo, nos sirven, con frecuencia, para construir y definir una opinión: bien sobre un concierto al que asistimos o sobre un plato degustado en el restaurante de moda, o bien sobre alguien a quien conocimos hace poco.
En este caso, las sensaciones de las que hablo tienen que ver con mi asistencia a una de las sesiones vespertinas que mi querido amigo Francisco Ramos programa y dirige cada sábado en el marco del Ciclo Audiciones de música grabada (2013-2014). Música de las vanguardias, y que se celebra en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de Sevilla. (Debo confesar que tengo una relación de amor y odio con este Centro).
El odio viene provocado por su localización: allí donde “el viento da la vuelta”, como diríamos en el sur. El CAAC, no tan alejado como distante del núcleo urbano sevillano, ocupa el histórico complejo arquitectónico del Monasterio de la Cartuja, al otro lado del río Guadalquivir, en un extremo de la ciudad -a veces fantasma- construida a propósito de la Exposición Universal de 1992. Por allí no hay ni tan siquiera un bar cerca -cosa extraña en Sevilla-. Quien conozca el lugar, entenderá bien lo que digo.
El amor, sin embargo, nace del hallazgo que supuso para mí su descubrimiento -allá por el año 2000-. El CAAC mostraba una realidad artística nueva. Contemporaneidad, vanguardia y compromiso. Desde entonces fue un centro de peregrinación semanal, sobre todo en primavera, momento del año en que además se convertía en la sede alternativa para la celebración de alguno de los conciertos que conformaban el Ciclo de Música Contemporánea de Sevilla. Esta vinculación con lo musical, tristemente, ya no existe hoy.
Pues bien, la sensación que me asaltó cuando decidí “viajar” a la Cartuja, para oír alguna de las “rarezas” que Paco suele proponer, fue la de abandono.
A lo difícil que resultó descubrir la sala en la que se realizaban las Audiciones, hay que sumarle lo inhóspito y solitario del lugar. Desde la entrada hasta el patio principal fue preciso casi adivinar hacia dónde dirigirme para encontrar información. Y yo no era el único. Algún fortuito visitante que había osado visitar la exposición temporal -dedicada en estos momentos a la valiosa revista Figura y de la que, por otro lado, no existe catálogo alguno- tenía que averiguar en primer lugar dónde se encontraba la taquilla para luego tratar de descubrir cómo acceder a la colección.
Una vez localizado el edificio en el que se situaba el Despacho del Rey -atiendan al pomposo nombre del Salón que se utiliza para estas Audiciones-, requerí de nuevo ayuda para encontrar el espacio exacto, no sin antes cruzarme con algunos turistas -tan despistados y perdidos como yo- que intentaban encontrar una exposición anunciada por doquier pero sin una ubicación aparente.
Por fin encontré el salón: una mesa elegante y alargada, una pantalla de alta resolución y un sonido preciso y de calidad, múltiples sillas bien mullidas, cuatro personas. Si no fuera porque crucé la mirada con Paco y me percaté así de su presencia, habría jurado que allí no había nadie. Se advertía un silencio atento y respetuoso, el que caracteriza a la audiencia interesada en escuchar de manera sincera -ejercicio poco habitual- lo que en esa sala acontecía.
Al salir, decidí que debía dejarme de excursiones al lado incierto de la ciudad y regresar a mi estado de ignorancia; aunque en este episodio, y por un momento, he vuelto a recordar aquella sensación, aquel agrio instante de abandono.
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