Lucia di Lammermoor o hacer de un clásico un contemporáneo
Apetece escribir largo y tendido sobre esta enésima representación de Lucia di Lammermoor, que se puede ver en el Teatro Real. Enésima ya que es una obra de repertorio que se representa con regularidad en cualquier pequeño, mediano o gran teatro de ópera del mundo. Trabajo este en el que es fácil reconocer las maneras de Joan Matabosch, el director artístico del teatro. Cómo conforma equipos. Forma de trabajo que no siempre tiene el éxito buscado, aunque en este caso no hay duda de que ha acertado (al menos con el primer reparto, que es al que pertenece este artículo.)
La crítica, en general, ha sido casi unánime en la forma. Han alabado las voces (algunos incluso se han parado en agudos y mibemoles), han apreciado la dirección musical de David Oren y han denostado la dirección de escena de Daniel Alden por no crear un montaje como se merece una ópera del repertorio romántico y belcantista. Ah, incluso los hay que se remontan a contar la historia original y confunden el enciclopedismo de las fuentes, la procedencia de la historia, las vicisitudes de composición y producción con hablar sobre el montaje. Dejando, una vez más, el disfrute en el aspecto técnico y enciclopédico que en lo que se canta, es decir, se cuenta, en escena.
Claro que hay arias, duettos, coros y otras figuras musicales impresionantes que cuando las tocan grandes orquestas (y esta vez la orquesta del Teatro Real suena casi como las grandes, hasta la percusión) y la cantan excelentes voces (como la de Lisette Oropesa, Javier Camarena y Artur Ricinsku), resultan bellas y sumamente atractivas. Pero si la ópera es solo eso, hay que apagar (la luz) e irse.
Por suerte, en este montaje procedente de la English National Opera, se reta a buscar lo humano que alienta esa belleza que se esconde en la ópera. Primer acierto, el uso de una casa desvencijada, de aspecto abandonado. Una casa que solo puede estar habitada por fantasmas. Donde uno se puede encontrar cuadros tirados, abandonados en las paredes, en cualquier lado. Personas que tuvieron su historia particular e individual de los que nada sabemos. Esos fantasmas que habitan las cabezas de los protagonistas, barreras inexistentes en sus relaciones de amor y/o amistad. Historia romántica que el director de escena convierte en cuento gótico decimonónico.
Una casa en la que tuvo lugar la representación de la gran tragedia humana, tal y como se entiende en la contemporaneidad. El conflicto freudiano entre lo que deseamos y no nos atrevemos a confesar(nos) y lo que hacemos para ocultárselo a los otros y, lo más importante, ocultárnoslo a nosotros mismos. Conflicto o batalla interior que pavimenta y nos pone camino hacia la locura. El eterno conflicto entre lo que (el poder) nos dice lo que tenemos qué hacer y lo que nosotros queremos hacer. Ese (gran) hermano, exigiendo sacrificios por un bien común, como Enrico Asthon le exige a Lucia, su hermana, que se case con Bucklaw por el bien de la riqueza y la posición familiares. ¿No suena a una música que se toca mucho recientemente? ¿A poderosos pidiendo una y otra vez sacrificios a la población por un bien superior que nunca llega a materializarse para los que se sacrifican? Una locura que recibe el aplauso unánime de un público adocenado que se encuentra en escena representado por un coro fantasmagórico que aplaude en una esquina mientras Lisette Oropesa canta la famosa aria de la locura.
Una locura contenida, como se canta en esta propuesta, piano, pianísimo, que alarga su agonía en cada nota. Una locura fantasmagórica que no se hiperexpresa, ni es hiperactiva, maneras de representar la locura en las series, películas y obras teatrales actuales. Y es que la verdadera procesión va por dentro. Una locura gris, como gris y blanquecino son los colores de este montaje, no confundir con la brillante coloratura de las voces. Una locura de muerte, de muerte lenta. Donde la risa, la única risa, es esa que se oye a las apariciones, como en este caso se oye a Normano, el capitán de la guarda. El poder de una risa que solo es posible que salga de ultratumba. De lo que viene del más allá, de lo que oculto y subterráneo, pone en duda la vida real y nos convierte en representaciones fantásticas de nosotros mismos. Una total locura. Esa es la belleza que la contemporaneidad puede encontrar en esta partitura de Donizetti, la vigencia que pone de manifiesto este montaje con el que se acaba la temporada.
Lucia di Lammermoor o hacer de un clásico un contemporáneo por Antonio Hernández Nieto, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.