Música y pintura en la 53 SMRC

No nos cansaremos de señalar la importancia de que la música de creación reciente traspase el ciclo o festival de “música contemporánea” para inscribirse en otros ámbitos. En estos momentos críticos para el concierto de formato tradicional, el contexto donde se presenta la música de nuestro tiempo supone un verdadero hándicap, y si la especialización parece necesaria en determinados casos, al igual lo es el sacar a la creación actual de ciertos espacios enclaustrados, ya sea para llevarla al centro de arte, al festival de música “clásica”, a la librería o a la calle.

En el contexto de los festivales, la Semana de la Música Religiosa de Cuenca es un caso interesante en este sentido. Desde sus inicios este ciclo evidencia una clara preocupación por potenciar la creación musical contemporánea a través de una decidida política de encargos. En esta edición, que es nada menos que la 53ª (no en vano es el cuarto festival más antiguo de España), cuatro de los veintiún conciertos están dedicados íntegramente a la música de los siglos XX y XXI, algo que –sobre todo tratándose de un festival temático- ya denota el interés por mostrar la perspectiva del presente. El primero de los encargos de esta edición ha sido al compositor madrileño Mario Carro (1979), cuya obra Visiones del más allá fue estrenada el 14 de abril por el Sax Ensemble bajo la dirección de Santiago Serrate, junto a las de A. Román, J. M. Ruiz, J. Torres y G. Erkoreka; el segundo de los encargos corresponde al austriaco Klaus Lang (1971), con la obra La vaca translúcida, que fue interpretado al día siguiente junto a Rothko Chapel de Morton Feldman. Esta panorámica de música de nuestro tiempo se completó con un concierto del cellista Iagoba Fanlo, el día 17, con obras de V. D. Kirchner, R. Huguet y Tagell, J. Tavener, J. Mª Sánchez-Verdú, K. Lang, B. Casablancas, R. Paús, G. Díaz Yerro y G. Ligeti, y con un monográfico sobre el compositor y director Fabián Panisello, el día 20, interpretado por el PluralEnsemble.

Nos centraremos en el segundo de los conciertos mencionados, que fue al que pudimos asistir, y que estuvo protagonizado por el ensemble gallego Taller Atlántico Contemporáneo y el grupo vocal británico Codetta, bajo la dirección de Diego García, con la soprano Ingrida Gapova y la violista Ioanna Ciobotaru como solistas, ambas interviniendo en la obra de Feldman.

Estatismo, tensión y forma

La vaca translúcida es el título que Klaus Lang da a esta pieza de encargo de la 53 SMRC, escrita para grupo de cámara y coro, y que se escuchó como primera parte del concierto. En las notas al programa su autor nos habla de vínculos entre Zurbarán y Zóbel (sobre este último, por cierto, en 1985 ya encargó la SMRC una obra a José Luis Turina), concretamente sobre el paradigma de lo formal, que es donde el compositor austriaco encuentra una vía de conexión con su poética musical y sonora: “En general, las pinturas sagradas de Zurbarán dan la impresión de estar representando una escena en concreto sólo como excusa para pintar objetos de la vida cotidiana. […] Cuando contemplamos la toga de Zurbarán[1] ésta se convierte en una estructura abstracta de textura y color pero que aún puede ser vista como una toga.” A partir de esta interpretación, observa un espacio intermedio que aproxima a ambos pintores: “[…] me pareció fascinante ver la cantidad de obras en las que Zóbel creaba la sensación de espacio, lo que me parecía una interesante contradicción con los principios básicos de la abstracción. […] El arte de Zóbel es puramente abstracto, pero al mismo tiempo podemos ver espacios imaginarios.

La obra de Lang es una pieza en tres partes sin pausa, sólidamente escrita –y excelentemente interpretada por los músicos de Codetta y TAC-, que trabaja con un material muy reducido presentado en un lento fluir, con dinámicas sutiles y una preocupación tímbrica peculiar: se diría que el compositor presenta el sonido tal cual, sin enmascaramiento. Como cuando habla del arte abstracto: “El arte no debería crear ilusiones. En el arte abstracto vemos formas y colores que no pretenden ser más de lo que son: formas y colores”, en esta obra se tiene la impresión de escuchar un coro o unos acordes repetidos en el piano, aislados de cualquier artificio o mixtura que pudiera distraerlos de la realidad sonora de sus fuentes. Aunque nos extendamos un poco, tomaremos un caso que nos servirá para ver claramente lo que queremos decir. Si tomamos una textura compleja de alguna de las obras de Francisco Guerrero, no nos costará encontrar lo que podría denominarse como “enigmas sonoros”, por ejemplo, momentos en los que la densidad extremadamente rugosa de la textura provoca –no se sabe bien debido a qué procedimiento compositivo y/o fenómeno acústico- una liberación repentina hacia otro lugar, un espacio textural opuesto que emana del propio flujo sonoro. En Rhea, podemos incluso llegar a escuchar fugazmente lo que se percibe como un sonido de campana, ¡“construido” a través de una masa de multifónicos en los 12 saxofones!, algo que bajo cualquier lógica compositiva sería difícil de prever, y mucho menos desde el análisis de la partitura. En La vaca translúcida se produce la sensación opuesta: la asociación sonora con las fuentes es reconocible desde el principio y no evoluciona en otro sentido en el transcurso de la obra. Desde luego, esta poética puede ser, a un tiempo, virtud y peligro, pero lo que sí es evidente es que Lang busca una propuesta artística con ella y así lo reconoció el público con un aplauso entusiasta y prolongado.

 

(c) SMR - Santiago Torralba

Poco se puede decir de Rothko Chapel que no se haya escrito ya, sin duda una de las obras maestras de Morton Feldman que tiene, además, el referente directo de uno de los pintores con los que el compositor norteamericano estaba más vinculado estéticamente. La escucha de esta pieza de menos de media hora de duración es toda una experiencia sobrecogedora, en la que el oyente es situado en un mundo fragmentario pero, a la vez, lleno de referencias que aparecen siempre como nuevas y sorprendentes. Decía Feldman que su forma de componer era análoga a la propuesta plástica de Rothko: “en el fondo se trata solamente de mantener esta tensión, o este estado, a la vez helado y en vibración”, y es precisamente esa sensación la que evidenció, en la escucha de las dos obras, la distancia entre Feldman y Lang: si en Rothko Chapel esa aparente contradicción entre tensión y estatismo es precisamente la mecánica que nos permite penetrar en un discurso fragmentario que, lejos de percibirse como una sucesión de aconteceres sonoros, posee un enorme poder evocador, en La vaca translúcida la forma se impone –de algún modo- en estado bruto, de manera directa, a pesar de su apariencia aterciopelada.

Por otra parte, es importante señalar cómo se planteó la puesta en escena del concierto. En ambas obras tuvo una destacada presencia el vídeo creado por Poldo Pomés, que llevó a la realidad escénica la relación más profunda entre lo musical y lo pictórico planteada por las obras. En la de Lang, con Zóbel, y en la de Feldman, evidentemente, con Rothko. El coro, situado en la galería superior rodeando al público ayudó a encarnar la presencia de lo espacial que cada una de las obras plantea.

Y si hemos comenzado dando importancia al contexto, no omitiremos la descripción del lugar donde tuvo lugar el concierto, la iglesia barroca de La Merced, con una nada convencional portada manierista, que es hoy un espacio desacralizado, biblioteca en ciernes (evocando las bibliotecas históricas, de madera, con galería y los fondos a la vista), y que nos pareció un lugar muy adecuado para una propuesta así.

En conclusión, podríamos decir que este concierto programado en la 53 SMRC es modélico en su concepción, desde diferentes puntos de vista: por un lado, la elección de unas obras que conviven y se confrontan perfectamente, que son posibles juntas; por otro, el vínculo de ambas con la pintura abstracta dota el programa de una indudable coherencia temática; y por último, la calidad interpretativa, tanto en las solistas y el director como en el ensemble y el coro (este último puesto a prueba por dos obras realmente exigentes en el aspecto vocal), nos permitieron una verdadera degustación de las obras. Programar es una parte sustancial de esa conformación del contexto a la que hemos aludido en varias ocasiones a lo largo del artículo. Una relación inteligente entre las obras que componen un programa resulta esencial para que la obra sea apreciada, y esto no resulta fácil de lograr. Por el contrario, un programa mal articulado es siempre una invitación al fracaso.

Notas 


[1] Lang se refiere en este caso al cuadro El refectorio de los Cartujos.

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