Timbre y significación: Por una semiología de las formas sonoro-simbólicas (1)

Quel mode de relation s’établit-il ainsi entre la musique et les objets sonores ou bruyants dont elle provoque l’emploi? De combien leur est-elle débitrice ; est-elle faite de tous les sons, de tous les bruits qu’ils peuvent produire?” (André Schaeffner, Les instruments de musique)

Introducción

En este artículo –dividido en dos entregas (números de julio-agosto y septiembre de Sul Ponticello)- nos proponemos investigar las condiciones de posibilidad de una semiología de las “formas sonoro simbólicas” a partir de una utilización crítica del marco metodológico concebido por Jean Molino y Jean-Jacques Nattiez (de ahora en más M y N) para la semiología musical –el de la semiología tripartita-, incluyendo la música dentro de un cuadro más extenso, junto a las otras “artes del sonido”.

El “sound design”, el arte radiofónico, la acusmática, la luthería tradicional e informática, la performance, el audio art, las producciones discográficas, las instalaciones, los rituales colectivos o los cantos en el fútbol son dominios en los que el sonido es producto exclusivo de un gesto constructivo o expresivo intencional  y por lo tanto susceptible de una mirada semiológica que apunte a desbrozar al menos parcialmente el cúmulo infinito de interpretantes que sus utilizadores les asignan.

Se trata aquí de ampliar la perspectiva semiológica a aquellos campos en los que el producto de la actividad poiética es una forma sonora y por otra parte reducir la noción de música a un concepto móvil en el tiempo y el espacio y variable de sujeto a sujeto y de “comunidad simbólica” a “comunidad simbólica”.

No es casual que el famoso artículo de Jean Molino de 1975, Fait musicale et sémiologie de la musique comience preguntándose justamente ¿qué es la música? y que casi todas las consideraciones metodológicas que sostiene tiendan a poner en cuestión la consistencia del objeto de estudio de la musicología, al punto de sostener la inexistencia de LA música y proponer la expresión músicas en plural.

Sostendremos consecuentemente, que “música” no es sino un interpretante o conjunto de interpretantes que adherimos a ciertas formas sonoras: como sostiene Pierre Schaeffer “Sonoro es lo que percibo. Musical ya es un juicio de valor“. (Schaeffer, 1968 : 281)

François Bernard Mâche, en el mismo sentido sostiene que

“[...] puede ser que las terminologías usuales delimitando campos semánticos distintos (lenguaje, señales, obras musicales, ceremonias) no coincidan con los esquemas que se sitúan a nivel del psiquismo donde estas fronteras no están todavía trazadas. La ausencia de un término particular para significar ¨música¨ en esas sociedades [...] bastaría para mostrar que la instauración de una definición previa, con sus controversias inevitables, sería más una desventaja que una herramienta que garantice un procedimiento científico”. (Mâche, 2000 : 200)

y Charles Boilès va a escribir:

Los fenómenos musicales no son en si mismo símbolos, ellos devienen símbolos cuando son interpretados por una cierta mente que tiene contacto fisiológico con ellos“. (Boilès ,1982 : 24)

Mantendremos del cuadro orignal de M y N las dos teorías semiológicas generales ternarias que le sirven de sustrato: la noción del triple nivel de existencia de los objetos simbólicos y la versión  filtrada por Gilles Gaston Granger de la teoría del signo de Peirce.

Creemos que la semiología musical no debe ocuparse solamente de las obras efectivamente existentes sino tambien de las efectivamente construibles, y así abstenerse de toda pretensión normativa. Por consiguiente, el punto de vista que adoptaremos es predominantemente poiético.

1.  Intencional/No intencional

De acuerdo a la definición dada por Molino, quien sostiene que todo producto del hacer humano es una forma simbólica (Molino, 1975), resulta posible inferir que, tanto los sonidos producidos[1] o escuchados[2] intencionalmente, como los instrumentos, útiles, sistemas y espacios acústicos  utilizados para realizarlos son parte de este grupo y por lo tanto ameritan la posibilidad de una interrogación que intente desbrozar la complejidad de las significaciones que éstas suscitan en tanto objetos concebidos e imaginados (no sólo producidos), en tanto objetos materiales y en tanto objetos percibidos.

Utilizaremos la expresión “formas sonoras” o “formas sonoro-simbólicas”[3] para evocar la noción de forma simbólica que  Molino toma del filósofo suizo Ernst Cassirer y lo utilizaremos tanto para aludir a sonidos que efectivamente suenan en un momento dado como para aquellos que resultan de la representación, la imaginación y la memoria.

En relación al recorte del objeto de nuestra investigación, de la misma manera que la semiología tripartita de M y N limita su objeto a la producción humana y excluye los signos naturales, nosotros limitaremos nuestro objeto de estudio a los sonidos producidos, reproducidos o escuchados intencionalmente por seres humanos, lo que equivale a decir que las vibraciones fonógenas , no portadoras de una intención poiética o estésica humana estarán excluidas de nuestro cuadro de trabajo. Por el contrario un sonido cualquiera escuchado atentamente,  imaginado o recordado puede ser considerado en todo derecho una forma sonora.

Recordemos que la teoría de M y N implica un gran aporte al incluir como objeto de estudio no sólo a los signos musicales (nivel inmanente) sino a los procesos mentales que los suscitan y que desencadenan en sus utilizadores y que los mIsmos, no son necesariamente convergentes, lo que equivale a decir que un acto de escucha se puede dar independientemente de las intenciones con las que fue producida una determinada vibración fonógena.

Esto  significa que muchas producciones sonoras naturales y/o no intencionales pueden transformarse en formas sonoras a partir  de la actitud e intención de escucha del oyente, o del espacio o el medio mediante el cuál se produce la escucha y que, complementariamente muchas producciones  sonoras intencionalmente musicales, pueden ser asemejadas a fenómenos no intencionales.

Resulta interesante la coincidencia de Schaeffer en el aparato IV del Libro I, La intención de oir (Schaeffer, 1966 : 75) con el modelo  semiológico de Nattiez en relación al problema de la intencionalidad: tanto para uno como otro las intenciones de producción y escucha no son necesariamente convergentes[4] y justamente gracias a ese fenómeno es posible para el acúsmata, el artista sonoro o el sound designer, escuchar “como una música” el sonido de una puerta, de una locomotora o de un violín mal tocado, es decir, independizado de las intenciones con la que fue producido, causado o emitido.

Resulta interesante también notar en ese mismo sentido que en el siglo XX hasta el presente una enorme cantidad de sonidos producidos no intencionalmente han sido incorporados como material composicional en la música clásica. Pensemos en los sonidos de máquinas o de animales, los sonidos corporales, los errores o modos no habituales de producción sonora en instrumentos tradicionales no previstos inicialmente por sus constructores, los sonidos de fenómenos naturales o las combinaciones aleatorias de músicas en un entorno urbano, los cuáles, mediante los actos de escucha/transcripción/representación/grabación-reproducción- elaboración teórica han sido incorporadas en tanto  materiales en las músicas de compositores tan diversos como Xenakis, Ives, Cage, Schaeffer, Lachenmann,  Mâche, Messiaen por nombrar unos pocos.

Podríamos preguntarnos parafraseando a Arthur Danto, ¿qué es lo que diferencia un simple sonido de una forma sonora simbólica?

El criterio de la intencionalidad parece ser uno de los problemas centrales de la estética contemporánea en el ámbito de la plástica. Arthur Danto en La transfiguración del lugar común (Danto, 2002) plantea el problema de las diferencias entre 6 cuadros rojos, de los cuales cinco tienen títulos diferentes  pero son materialmente idénticos. No sin sentido del humor, Danto imagina diversos nombres para cinco de esos objetos. Pero el sexto, dice , es simplemente un lienzo rojo. (op.cit :21)

La escucha, acto intencional de representación mental y condición suficiente para la emergencia de las formas sonoras, no es solamente es el tema teórico unificador  de estéticas con raigambres geográficas e institucionales tan diversas como las de Cage, Schaeffer y Lachenmann, es  además objeto de reflexión filosófica y en tanto tal, un punto de referencia ineludible en la cultura de los siglos XX y XXI.

2.

Construir un instrumento, interpretar, componer, imaginar sistemas de afinación, diseñar un programa informático de síntesis  de sonido, grabar, producir un disco, diseñar el sonido de una película o una instalación, escuchar atentamente un paisaje sonoro o concebir un auditorio, son actividades destinadas a producir directa o indirectamente formas sonoras a través de una interface especifica (escritura musical, medios electroacústicos, programas informáticos, micrófonos-parlantes, instrumentos de música, técnicas de audición, técnicas de construcción y acústica de recintos).

Cada una de esas interfaces establece un recorte, caracterizado por el conjunto de posibilidades y restricciones operatorias[5] que implica y determina el repertorio de las subsecuentes acciones sobre la materia sonora que les es posible realizar a un determinado usuario. A la vez, cada una de estas interfaces de producción es susceptible de acoplarse a otras, por ejemplo, en una simple grabación de una obra clásica para guitarra, encontramos la superposición de los dispositivos de producción de formas sonoras producidas por el compositor el guitarrista, el ingeniero de sonido, el luthier, el estudio o espacio de grabación y finalmente, de la ingeniería del soporte que permite conservarlo y reproducirlo.

Las formas sonoras son la consecuencia de estos múltiples gestos de producción y portadoras de las huellas de qué, quiénes, cómo y dónde son o fueron producidas y por tanto, permiten a ciertos oyentes en ciertas condiciones, reconstruir algunas de las acciones, condiciones acústicas e intenciones a partir de las cuales fueron creadas.

Como lo afirma Kinzler:

Crear sonidos, […] es ponerse en estado de proceder a esta operación de promoción y producir máquinas físicas e intelectuales de procesamiento que ‘escupen’ a la salida sonido musical […] estas máquinas son llamadas instrumentos de música pero conviene dar a esta nominación un sentido amplio. Un instrumento puede ser una máquina intelectual mínima por ejemplo una posición o una decisión de escucha. (Kintzler 2003 : 6)”

3.

La hipótesis que nos proponemos demostrar en este trabajo es que llamamos “timbre”, al conjunto (virtualmente infinito y variable) de reenvíos suscitados por las formas sonoras y los medios, sistemas, espacios y personas que las producen directa o indirectamente, en tiempo real como un músico o en tiempo diferido, como el arquitecto que diseñó el teatro o el compositor que compuso la obra.

De manera general la noción de timbre está ligada desde el punto de vista estésico a la operación de reconocimiento de una marca identificatoria en la materia sonora que permite inferir datos significativos de las condiciones e intenciones de producción con las que fueron “fabricadas”.

Desde el punto de vista poiético, a un conjunto de posibilidades y limites constructivas u operatorias de un determinado dispositivo de producción sonora.

Desde el nivel neutro resulta imposible reducir el problema del timbre a una cuestión de orden acústico, a un conjunto de características espectrales y temporales que caracterizan a una familia de sonidos, ya que muchas veces, las condiciones de difusión/propagación alteran sustancialmente la señal física y sin embargo el reconocimiento sigue operándose en ciertas circunstancias para determinados oyentes: la voz de Gardel a pesar de la calidad de las grabaciones que la conservan hacen que  los amantes del tango digan  que “cada día canta mejor”, algunas  grabaciones lastimosas de algunos tracks de Antology de The Beatles no alteran el reconocimiento del “aura” de su sonido para sus fans, entre los que el autor se incluye.

Consideramos pues, que el abordaje del fenómeno del timbre no es directamente accesible sino por la mediación de un cuadro abarcativo que pueda dar cuenta del funcionamiento semiológico general del dominio de las formas sonoras, es decir que permita integrar los tres niveles o puntos de vista Poiéticos, Neutro y Estésico  en un cuadro general.

Desde esta perspectiva, tanto las formas sonoras representadas,  producidas, imaginadas y percibidas, como todo instrumento musical, espacio, elemento material, soporte o técnica de escucha  interviniente en su producción serán tambien considerados formas simbólicas.

Como sostiene André Schaeffner:

Mudos, los instrumentos presentan en efecto una doble importancia. Son en principio signos: su materia, su forma exterior, el hecho que ellos guardan los sonidos, o podrían guardarlos (instrumentos votivos), están ligados a un conjunto de creencias, de hábitos y de necesidades humanas, que ellos traducen elocuentemente. Ellos se ubican en el entrecruzamiento múltiple de técnicas, artes y ritos“.  (Schaeffner. 1968:298)

4.

Organizadas o no, participando de una estructura cerrada o en estado de proceso,  las formas sonoras suscitan

  • juicios de valor
  • de gusto
  • de procedencia
  • de localización
  • de atribución

Las expresiones “el sonido de Coltrane” o “el sonido de Abbey Road”, o la expresión “una voz de ultratumba”, no refieren a ningun “texto” o “mensaje” en particular y a veces, como en la expresiones “el sonido valvular” o el “sonido digital” se refieren al sonido de un proceso de grabación o amplificación anónimo. Frecuentemente, para referirnos a esta experiencia “del sonido de” utilizamos la palabra “timbre”.

Así, las expresiones “el sonido del corno inglés”, “el sonido de George Harrison”, el sonido “sucio” o “podrido” del punk , “el sonido inconfundible del DX7″, reenvían a un cierto conjunto de rasgos que permitirían su producción y su reconocimiento y que pueden remontar a distintos niveles de causalidad u operatividad, desde las causas materiales concretas hasta los más remotos agentes virtuales o imaginarios, como veremos más adelante.

Dicha dimensión tímbrica contrariamente a lo sostenido por Natitez en Le timbre est-il un paramètre secondaire? (Nattiez, 2005), no sólo contiene un potencial implicativo altísimo para compositores y oyentes, sino que constituye un punto de referencia en común para la totalidad de los actores implicados en el hecho musical total.

Baste pensar que un disco fue grabado en Abbey Road[6] o que un cierto músico toca un raro ejemplar de violin Stradivarius para que el oyente  pueda colocarse  a la expectativa de las posibles continuaciones de esa idea  que ya suena en su imaginación sin tener entidad acústica.

5. Paréntesis

“[...] No se trata tanto de responder a preguntas concerniente a esencias (¿Qué es?), como preguntas relativas a personas (¿Quién es? o ¿a quien corresponde?), por ejemplo, quién es la Tierra, quiénes son las aguas, las plantas, las montañas, o ¿a quién corresponden? Las respuestas a estas preguntas muestran la presencia de una Forma imaginal, y esta Forma imaginal corresponde una y otra vez a la presencia de un estado determinado.”
(Henry Corbin. Cuerpo espiritual y tierra celeste).

Una pregunta que surge en mi experiencia como compositor muy frecuentemente es: ¿Cuáles son los límites de variación/transformación a los que puede ser sometida una forma sonora o un grupo de formas sonoras sin que deje de percibirse  una cierta unidad causal? Y tambien su inversa complementaria: de qué manera es posible producir un dispositivo de producción sonora que oblitere absolutamente cualquier relación con su causa material, de manera que de ésta queden solamente sus aspectos más abstractos, como su forma de devenir en el tiempo, pero sin ningún indicio de su procedencia?

Casi podría decirse que las formas sonoras (a diferencia de los meras vibraciones fonógenas que nos rodean), suscitan preguntas de la siguiente índole:

¿Quién o qué es?
¿Qué hace?
¿Cómo está?
¿Dónde está?
¿Hacia dónde va?
¿Qué quiere?

De alguna manera, una forma sonora a diferencia de un mero sonido implica un “sujeto”. Mismo, como en caso de la escucha profunda, ciertos sonidos no intencionados por un sujeto concreto, parecen implicar un sujeto imaginario, por ejemplo, el sonido del viento, el sonido del mar, como si de alguna manera el mar o el viento “quisieran” sonar.

Es posible hablar del timbre desde otro punto de vista que el poiético?

6. El “timbre de las formas sonoras”

La enorme cantidad de definiciones contradictorias o complementarias del concepto timbre que es posible reconocer en un texto ya clásico como El timbre metáfora para la composición demuestran que, como lo sostiene C. Cadoz, “la cuestión del timbre no se reduce a su definición: el debate que suscita es un debate sobre el total de la música misma“. (Cadoz, 1991 : 17)

Para Philipp Tagg “El timbre es probablemente el parámetro de expresión musical más frecuentemente señalado por los estudiosos de la música popular como el punto ciego más serio de la teoría de la música convencional“.  (Tagg, 2015 : 11)

Sea que consideremos al timbre un concepto comodín (forre-tout) como críticamente coinciden en describirlo personalidades con tan diferentes backgrounds teóricos como Michel Chion (Chion, 1986 : 7) o René Caussé (Causé, 1991 : 216), sea que lo consideremos un elemento musical secundario, incapaz de producir eventos implicativos para los oyentes competentes de música clásica, como para Nattiez  (Nattiez, 2005), el problema del reconocimiento de las significaciones inmanentes de la materia sonora no deja de existir negándolo.

La familiaridad y a la vez, la inquietante extrañeza que produce la noción de timbre (sobre todo desde que a partir de la evolución de los medios tecnológicos es posible desligar las formas sonoras del anclaje a su  fuente, convirtiéndolas en un objeto fantasmático y errante, cuyo origen y procedencia queda sumido en la duda), hace necesario, más que un nuevo intento de definición, la puesta en serie de las ideas acerca del mismo que circulan entre compositores e investigadores .

Examinando las siguientes definiciones de timbre en el citado texto, intentaremos mostrar los diferentes niveles de la poiética de las formas sonoras al que apuntan, aunque parecería que sus autores no parecen distinguirlos claramente en sus definiciones:

El timbre en tanto causa instrumental:

En el origen, el nexo del timbre a la causa productora del fenómeno sonoro es una evidencia tan natural que no da lugar a dudas. La palabra designaba, en el principio, un instrumento, una especie de tambor con bordones que le daban al sonido un color característico“. (Cadoz, 1991 : 19)

El timbre en tanto “sonido” del instrumentista:

“[...] los instrumentistas de Kotudumu, como de otros instrumentos quieren desarrollar su originalidad en el timbre, si lo logran, los auditores reconocen a los músicos por un sólo ataque“. (Tokumaru, 1991 :93)

El timbre en tanto fenómeno estésico :

M. E. Duchez va a plantear “la irreductibilidad del sonido percibido por la sensibilidad al sonido físico de la acústica“. (Duchez, 1991 :  49)

Timbre en tanto consecuencia de un acto de organización composicional:

James Dillon afirma que “el timbre como ‘forma’, como Gestalt, posee una ‘estabilidad de red’, que constituye por esencia un fenómeno musical y no un fenómeno puramente (psico)acústico [...], él es la resultante polimorfa de relaciones de organización“. (Dillon, 1991 : 288)

Piencikowsky lo considera una resultante de la interacción interparametral (Piencikowsky, 1991 : 82) de la misma manera que Dalbavie (Dalvabie, 1991 : 303).

En tanto problema teórico:

Jean-Baptiste Barrière afirma que  es “un lugar de encuentro obligado y tambien el punto de fractura inevitable de todas las discusiones musicales“. (Barrière, 1991 : 11)

Nos preguntamos si existe alguna relación entre la extrema movilidad  de los procesos semióticos desencadenados por la poiética de las formas sonoras que como vemos es multicausal  y el carácter fantasmático que se le atribuye al timbre. Ciertas definiciones dadas por compositores y teóricos diversos parecen apoyar esta idea:

Manoury como un caminante en el desierto, que ve alejarse el horizonte a medida que avanza, “[...] los compositores pierden toda posibilidad de definir el timbre a partir del momento en que buscan controlarlo“. (Manoury, 1991 : 293)

Apenas nos permite acercarnos que inmediatamente se nos escapa, dejándonos en un abismo de perplejidad , como lo hiciera una nebulosa fugitiva, no dejando tras ella más que una estela opaca, huella efímera de su realidad inaprensible“. (Bonnet, 1991 : 335)

Si un fenómeno [...] se ofrece sólo a uno de mis sentidos, es un fantasma, y no se acercará a la existencia real sino es capaz de hablar a mis otros sentidos, como por ejemplo el viento que cuando es violento se hace visible en una alteración violenta del paisaje“. (Chion, 1998  : 53)

El sonido es, al mismo tiempo que objetos sonoro, sonido de una cosa, y esta cosa puede ser figurada como un cuerpo imaginario que habita en las tres dimensiones del espacio, que tiene un volumen [...] una masa, una densidad, una velocidad, sin ser forzosamente nombrable. [...] El sonido es la presencia fantasma de esta cosa“. (Chion, 1998 : 57)

Una semiología de las formas sonoras, entonces, no sólo sería necesaria en la medida en que las mismas son parte fundamental del hecho musical total, sino también porque existe una amplia variedad de oficios, prácticas y disciplinas, de las cuales la interpretación y la composición musical son las más importantes pero no las únicas, cuyo objetivo es la producción del sonido como materia simbólica.

7.

Las músicas, el lenguaje poético, las producciones sonoras de pacientes en musicoterapia, el sonido en el cine, las señales sonoras en la vida cotidiana, el sonido de los video juegos, los sonidos grabados y reproducidos, los sonidos escuchados atentamente, son todos formas sonoras simbólicas.

Desde que existe la grabación y la posibilidad de disociar el sonido de su fuente, de su entorno y de las intenciones con las que fue producido, no es posible prever ni generalizar los tipos de reenvío que produce una forma sonora, ya que  fuera del marco de una determinada comunidad simbólica geográfica o histórica una misma forma sonora puede ser nombrada indiferentemente, ruido, silencio, música, lenguaje, sonido del entorno, señal,  según las condiciones de recepción singulares en las que es experimentada.

Sonido, ruido, lenguaje poético, música y mismo la noción de silencio[7] son algunos de los interpretantes que son asociados a menudo a las formas sonoras por sus usuarios: ellos no definen necesariamente una substancia o un objeto sino el reenvío a la experiencia vivida.

Escucho un ruido que me gusta, lo bautizo música, como cuando los amantes del automovilismo hablan de la “música de motores” o cuando quienes desconocen un idioma a veces reconocen “la musicalidad” del mismo con más frecuencia que quienes lo hablan.

El ex presidente argentino Juan Domingo Perón, en su último discurso público (Perón, 1974), dice a la multitud que colma la Plaza de Mayo, refiriéndose al estruendo de cánticos de las masas que lo acompañan: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música […] que es la palabra del pueblo argentino“,  coincidiendo  en la descripción con ciertas alusiones hechas por Iannis Xenakis hacia la misma época en relación a su inspiración en los sonidos producidos por las multitudes mainfestándose en Grecia, para sus obras basadas en masas de sonidos distribuidos estocásticamente.

Por el contrario, alguien escucha algo llamado música por otros pero del cuál él mismo no gusta o no tiene la intención de escuchar: puede reducirlo a nivel de la señal, o establecer una analogía con un fenómeno sonoro no intencional: es un ruido.

Marie-Pierre Lassus, refiriéndose a la escritura de Bachelard va a sostener que “La música comenzaba para él ya en la lengua, en los silencios y los timbres indispensables para que los humanos se comuniquen entre ellos“, y luego y agregará que (Bachelard): “en su escritura, dispone cuidadosamente los puntos de suspensión, de exclamación, de interrogación, que dejaran resonar en el lector esta música de las palabras, tejida entre sonidos y silencios como lo haría un gong“. (Lassus, 2002  : 16)

Para Cheyronnaud la asignación de estos interpretantes responde a una interrelación sistémica:

Confeccionamos cotidianamente entidades englobantes que llamamos familiarmente ‘música’ ‘ruido’ ‘silencio’, afectando cada una a una vocación categorial al servicio de descripciones generalmente abiertas más o menos implícitamente a evaluación; es por otra parte una condición de su trabajo en conjunto permitir clasificar las ocurrencias acústicas, complejos sonoros organizados , tanto sobre las propiedades de una textura sonora que sobre los méritos ‘música’ ‘silencio’ o las faltas ‘ruido’ que otorgamos afectivamente y evaluativamente a lo que escuchamos.

Las tres entidades están hechas en base al sonido, funcionan en red […] querer asignar a lo que percibimos auditivamente como perteneciente a la ‘música’, al ‘ruido’ es seleccionar una de esas categorías y preferirla a las dos otras del mismo dominio (el del sonido), así como saber que servirse de una entre ellas es ¨saber servirse de manera significante y apropiada de la ref que configura su entresignificación“.  (Cheyronnaud, 2012 : 201)

Para Jean Molino,  la “frontera incierta y móvil entre el lenguaje y la música pone en evidencia la imposibilidad de definir una música universal por su material: el fenómeno sonoro, pues forzaría entonces a hacer entrar en ella al lenguaje“. (Molino, 1975).

También el autor cita en el mismo texto a G. Calame-Griaule de quien dice que “ha mostrado de qué manera, entre los Dogon, la diferencia entre el canto y la palabra ordinaria no es una diferencia de naturaleza, sino, podríamos decir, de grado“. (Molino, op cit).

Michel Guiomar, en el mismo sentido, sostiene: “Sonido musical, sonido literario y materia sonora son tres ramas divididas de un mismo lenguaje primitivo“. (Guiomar, 1970 : 30)

En nuestra perspectiva, es justamente esta movilidad, esta frontera borrosa entre música y lenguaje (y otras producciones sonoras), lo que hace necesario considerar las formas sonoras simbólicas en tanto dominio semiológico singular, más allá de los estudios estructurales específicos sobre el lenguaje y sobre la música.

Si para Nattiez lenguaje y música “compiten” por ser ambas formas simbólicas (Nattiez, 1987), nosotros agregaríamos que compiten además, por ser ambas, formas sonoro-simbólicas.

8. Algunos posibles tipos de reenvíos

Las formas sonoras pueden producir reenvíos hacia:

A) otras formas sonoras (semiosis introversiva)
B) reenvíos a conceptos y sentimientos (semiosis extroversiva)
C) reenvíos a eventos presentes futuros o pasados (funciones de alarma,  anuncio, rememoración)
D) reenvíos a su propia fuente material
E) reenvíos a causas  imaginarias
F) reenvíos sobre su propia materia y forma de desarrollo en el tiempo (autosemiosis).

A) Reenvíos introversivos

Comprende todos aquellos casos en los que los fenómenos de implicación/realización tienen lugar. Puede ocurrir en la música, pero tambien en la poesía, en las narraciones orales en las que más allá de sus aspectos semánticos, los rasgos paralingüísticos como la entonación, las pausas, las velocidades y cambios de velocidades en que un enunciado es performativizado, o bien las relaciones de similitud morfológica resultan significativos narrativamente, es decir, producen expectaciones de continuación.

B) Reenvíos a conceptos y sentimientos

Es el caso de los lenguajes que hablamos y comprendemos cotidianamente, pero tambien de agenciamientos  de formas sonoras que tanto en el cine como en la comunicación masiva funcionan de manera hiper estable produciendo reenvíos altamente previsibles, como la inminencia del peligro representada por las notas repetidas utilizadas en Psicosis y reutilizadas paródicamente en cientos de ocasiones, los recursos de la música cinematográfica y publicitaria en las que es posible verificar la existencia  unidades musemáticas y por lo tanto principal punto de sostén de los modelos binaristas como los de Tagg, Agawu y otros autores para quienes, extirpando la música contemporánea del cuadro de estudio, sostienen que la música es un lenguaje.

C) Reenvío a eventos presentes, pasados o futuros

Resulta casi imposible describir la infinidad de funciones que pueden cumplir las formas sonoras  en el seno de una comunidad . listamos aquí algunas posibles,

llamada/convocatoria
lamento/exequias/pérdida
celebración/encuentro
seducción/amor
guerra/arenga
alarma/denuncia/protesta
crianza
trabajo
representación de lo ausente
evocación de sucesos históricos o míticos
representación del futuro profecía/apocalipsis/distopia/utopía

D) Reenvío a la fuente sonora

Es el caso más común, simplificado al extremo como escucha indicial por Chion. La posibilidad de hacer inferencias a partir de rastros acústicos no se limita a las causas materiales del sonido, sino que también es posible volver a las diferentes etapas de sus condiciones de producción, ya sean acciones intencionales para producir un sonido o no.

Leemos en  El juguete Rabioso de Roberto Arlt  “y en tanto escuchaba mis sentidos discernían con prontitud maravillosa el cariz de los sonidos, persiguiéndolos en su origen, definiendo por sus estructuras el estado psicológico del que los provocaba“.

E) Las fuentes imaginarias

El universo del índice es mucho más complejo que la referencia del sonido a su causa material, como lo demuestra el célebre trabajo sobre Shofar del discípulo de Freud, Theodor Reik, luego retomado por Lacan.

En  este artículo, (que podría ser ubicado, como veremos más adelante en el marco de la poiética inductiva de las formas sonoras), el autor remonta desde el sonido y la descripción de las figuras melódicas tradicionales utilizadas en la tradición jasídica a causas virtuales cada vez más abstractas e inmateriales, desde el quejido de la voz del carnero, al gemido del toro, a la voz del padre asesinado, remontando luego a la horda primitiva y finalmente a la voz de dios. (Reik, 1996).

Hay casos específicos en los que una forma sonora reenvía a una causa imaginaria o a una causa ausente. La idea de la evocación de una presencia “en ausencia” o presencia fantasmática recorre textos extremadamente diversos.

Para Michel Guiomar “ciertas imágenes no son solamente fantasmas sino haces de fantasmas. [...] si el fantasma sonoro deviene imagen, una imagen musical puede estar en el origen de una estructura y esta estructura en el origen de toda una obra“. (Guiomar, p. 102).

Otro ejemplo interesante en el que los sonidos reenvían a fuentes sonoras imaginarias es el que Annie Laboussière dedica al solo de corno inglés del 3er acto de Tristán e Isolda de Richard Wagner. (Labussièrr, 1992 : 30)

En el mismo la autora realiza un cuadro paradigmático en el cuál se ponen “en serie” comentarios y análisis del célebre solo, desde el momento de su creación hasta el momento de publicación del artículo, en el que se incluyen las diversas interpretaciones sobre la fuente del sonido, del cuál nadie duda que en su nivel material es un corno inglés, pero al que nadie alude en el análisis:

Cotard (1895) “[…] se escucha  un pastor tocando en el chalumeau una melodía llena de tristeza“.

Tiersot (1895) “[…] el canto juega un rol directo en la acción […] presagio funesto cuando Tristán cree ver a Isolda“.

D’Annunzio (1901) “El pastor modulaba sobre su delgado chalumeau la melodía imperecedera que le habían transmitido sus ancestros“.

Fourcaud (1886) “[…] un pastor suspira sobre su mussette una melodía popular“.

Kobbe (1969) “[…] el pastor  se pone a escrutar el oceano tocando su flauta”.

A esta diversidad interpretativa, debemos sumar la perspectiva del propio compositor, que relaciona el solo con el canto de un gondolieri veneciano y con el análisis del propio Schneider quien lo relaciona con el “ranz de vaches” suizo. (Schneider, 2013  p.5)

Como vemos, causa material y “productor” del mensaje no se identifican en estos comentarios con la causa instrumental: el timbre puede reenviar a causalidades, seres y espacios imaginarios.

F)

Este último caso, que podría nombrarse  autosemiosis no debería confundirse con los reenvíos introversivos descriptos por Nattiez.

La autosemiosis sería aquella en la que un sonido reenvía a si mismo, o más bien a su propia estructura dinámico espectral, como ocurre en todos los fenómenos de escucha repetitiva, en la escucha reducida propuesta por Schaeffer, durante la construcción de instrumentos en la que el luthier debe constatar el resultado de su trabajo y eventualmente modificarlo, en la síntesis de sonido y en todos los fenómenos en los que la creación sonora necesita de la estabilidad del evento vibratorio para penetrar en su naturaleza, es decir en momentos en en que el sonido se convierte efectivamente en conciencia del espesor del presente y definitivamente  no debe ser confundida con los reenvíos de una estructura musical a sus posibles continuaciones (fenómenos de implicación/realización según Narmour/Meyer).

Los fenómenos de autosemiois fueron claramente descriptos por Pierre Schaeffer en ocasión de referirse a la escucha reducida y al resultado de dicho acto que es el objeto musical, acción por la cual el sonido reenvía a sus cualidades y relaciones inmanentes.

 

Notas


[1] Es importante subrayar la distinción entre emitir y producir un sonido: todos los sonidos emitidos por los seres humanos no son consecuencias de un “hacer” , la mayoría de los sonidos que emitimos cotidianamente son consecuencias no intencionales de otras acciones como caminar, respirar, tipear, toser, etc.

[2] El acto de escucha es un acto intencional. Todos los sonidos y mismo los silencios reconocidos en un acto de escucha puede ser consideradas tambien formas simbólicas , mismo si no fueron producidos intencionalmente. Es posible pensar entonces que el acto de escucha es un “hacer” cuyo producto es la forma sonora. La transformación de un fenómeno audible en forma sonora es sin duda la consecuencia de una poiesis.. Como sostiene  Cadoz, “un fenómeno sonoro que no implique ninguna intervención humana no puede portar significación humana. Un acto mínimo se requiere, aunque este sea para designar a la escucha este fenómeno“. (Cadoz, op cit. p 34)

[3] Denis Smalley en su artículo Spectromorphology: explaining sound-shapes utiliza el equivalente en inglés de la expresión “formas sonoras”, pero sólo alude a las formas sonoras de la música electroacústica y su perspectiva, estésico inductiva, en línea con el pensamiento de Pierre Schaeffer, intenta poner entre paréntesis la poiética de dichas formas sonoras: “In spectromorphological thinking we must try to ignore the electroacoustic and computer technology used in the music’s making“. (Smalley, 1997  : 107)

[4] Nattiez, mucho más interesado en desautorizar la teoría Schaefferiana que leerla en los propios términos que se postulaba, es decir una fonética destinada a describir los sonidos como paso previo a la constitución de una fonología, prefirió obviar este aspecto común fundante de ambas teorías. Este punto será desarrollado en un próximo artículo separado, dedicado a recopilar los diferentes modelo de estudio del nivel neutro de las formas sonoras.

[5] La utilización de los samplers en la década del noventa, nos enseño empíricamente qué cosa no era un instrumento tradicional, la ausencia de la posibilidad de ligar en un instrumento de viento sampleado o la ruptura de las correlaciones entre dinámica y registro, la disociación entre formantes y altura, etc. nos han permitido comprender composicionalmente qué no debía hacerse con una muestra.

[6] Como lo plantea Eliot Bates:  “Studios are unique; they have a sound, a vibe, and even, in the case of legendary studios such as Abbey Road that become vacation destinations or pilgrimage sites, a transformative effect even on those who never professionally use the studios. Some studios’ effects have been so profound that those studios are regarded as synonymous with the “sound” of a city, including Sigma in Philadelphia, or Stax Records in Memphis“. (Bates, 2012 : 1) .

[7] De hecho, si es imposible producir el silencio absoluto, es posible producirlo en tanto que símbolo por contigüidad a otras formas sonoras, en tanto espera atenta. Es posible pensar que el silencio es una forma sonora vacía.

 

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Timbre y significación: Por una semiología de las formas sonoro-simbólicas (1) por Jorge Sad Levi, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.