Tosca, una experiencia colónica

No, no debería haber aficionado ni profesional de la música que pasara por Buenos Aires que no tuviera una experiencia en el Teatro Colón. Sin duda es el broche de oro o un momento importante en un viaje o una estancia en Argentina. Teatro con potencia y con músculo como se puede comprobar con su tradicional y sempiterno montaje de Tosca de Puccini del maestro de escena Roberto Oswald. Montaje que se repone con cierta regularidad y por el que han pasado ya muchos cantantes. Habitualmente los mejores del momento. Aún se recuerda a Pavarotti y su bis con E lucevan le stelle en el papel de Caravadossi en este montaje. Seguramente una de las noches mágicas que sucedieron en este teatro y que el público fiel al mismo todavía atesora en la memoria.

En este caso los cantantes convocados en el primer reparto son el tenor argentino Marcelo Álvarez, al que quieren en el coso porteño como se quiere a Plácido Domingo en el Teatro Real de Madrid de tal manera que casi no hay aria que no le aplaudan, la soprano holandesa Eva-María Westbroek, otra estrella, y el barítono español Carlos Álvarez. Selección que muestra olfato para ofrecer un producto clásico a lo clásico.

Un montaje que no se sale del guión de lo que debe ser y se espera de una Tosca, despliegue de la curia papal incluida, aun con el sesgo de haber escogido a una cantante del norte de Europa. Cantante al que la imaginería popular y local la relaciona con el repertorio germano y, sobre todo, wagneriano por grande, rubia y de ojos azules, aunque a sus veinticinco años ya protagonizó una Tosca.

Pues es este un teatro que quiere ser italiano y tiene una idea de lo que es ser italiano: gesticulante, apasionado. Por eso, la interpretación de esta soprano les parece bien en lo vocal, y lo estaba, pero no en lo actoral. Aunque en general, en la parte actoral, todos fallaban. Para el gusto actual ese exceso, esa exageración, roza el ridículo, la pantomima. Desde los movimientos de los soldados de la figuración hasta la pasión que le ponen Marcelo Álvarez y Carlos Álvarez a sus personajes y que contrasta con el comedimiento aparentemente frío de la Westbroek. Factores que deberían haber sido jugados por el director de escena Aníbal Lápiz.

Tradición que también se ve y se nota en la interpretación musical de la orquesta dirigida por Carlos Vieu. Que sorprende al inicio seguramente por la calidad acústica de la sala pero que a medida que pasa la representación y uno se va acostumbrando al sonido, percibe cierta irregularidad con momentos, algunos, que no se corresponden con la calidad que sacan a otros. Dicho esto de una orquesta que toca en un recinto que es capaz de convocar y llenar un aforo de tres mil personas y cuyo sonido impresiona como cuando uno se sienta en la Arena de Verona.

Todas calidades técnicas. Que permiten ver esta Tosca como una telenovela, una novela comercial y convencional. Donde la música, los cantantes y la escenografía dicen pero no cuentan. Dicen lo que pasa pero no lo que les pasa. Llena de imágenes bien compuestas y, sí, bonitas, pero le falta eso que no se sabe lo que es que la convertiría en belleza. La belleza que, habitualmente no provoca la reacción apasionada del público, como la que se ve en el teatro Colón, sino que más bien lo sume en el silencio. El silencio que provoca quedar tocado, salir tocado de un espectáculo. En esta producción la elección está clara, se prefiere que el espectador salga contento, reafirmado en la idea convencional de lo que es la ópera en general y Tosca en particular, y la conciencia de haber asistido a una gran noche de ópera.

En el aire se quedan preguntas sin resolver. ¿Quién es Tosca? ¿Por qué canta como canta y lo que canta? ¿Por qué le parece peor “perder la honra” que “matar”? ¿Por qué la fidelidad, al menos la sexual, es tan importante para su personaje? No es que la historia, el cuento, la anécdota, no se entienda. Entenderse se entiende, pero no se comprende. Y una música con densidad y complejidad queda convertida en una excelente y tatareable tonada.

Esto último tampoco es fácil, no se vayan a creer, pero son esas preguntas y las acertadas respuestas musicales y teatrales que se les den las que permiten pasar del reducido pelotón de cabeza, en el que se encuentra el Teatro Colón por derecho propio, a ocupar el liderazgo. Es algo que no le debería resultar difícil a un teatro de ópera que tiene en su organigrama una dirección de Experimentación y otra llamada Colón Contemporáneo y el suficiente prestigio como para que todas las estrellas operísticas quieran pasar por allí. Mientras tanto, y parafraseando ese tema tan conocido de Piazzola y Horacio Ferrer el teatro podría cantar “Yo soy el Colón, el Colón de Buenos Aires”.

 

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