Censuras del siglo XXI
¿Censura en el arte, en la música? ¿En pleno siglo XXI y en un país europeo? Pues sí, en el nuestro, por cierto, aunque como comentaremos después, no es tan raro ni de ningún modo exclusivo de España.
¿Por qué hablamos de esto en nuestro editorial? Hace unas semanas la institución donde iba a tener lugar el estreno madrileño de una nueva creación musical de viso escénico vetó la obra, a cuatro días de realizarse, aduciendo la utilización de un “lenguaje obsceno”. Curiosamente, la pieza tomaba el texto de una conocidísima novela del siglo XVI, en una traducción –según indicaban sus autores- fiel “coma por coma” al original, aunque a nuestro juicio su procedencia o tratamiento en ningún caso puede convertirse en vara de medir para censurar o no una obra artística. La censura artística es censurable al margen de que sea la obra antigua o actual, renovada o no. No es esta una cuestión que deba ponerse sobre la mesa en un asunto de este tipo. Extrañará al lector que no demos más datos sobre el hecho descrito. Sin embargo, dado que la institución censora finalmente accedió a que la obra se interpretara, hemos preferido no arriesgar ningún posible perjuicio a los músicos implicados (víctimas) del incidente.
Como decíamos al principio, desgraciadamente, este caso no es en absoluto aislado. Recordemos, por poner un ejemplo bastante pintoresco también, la instalación Domestikator del colectivo holandés de arte Atelier Van Lieshout, censurada por nada menos que el Museo del Louvre el mes de octubre pasado, aduciendo igualmente su carácter obsceno. Como se podía leer en Le Monde, Jean-Luc Martínez, director del museo, envió una carta a sus creadores en la que expresaba su preocupación: “Los comentarios en internet indican que este trabajo tiene un aspecto soez, y corre el riesgo de ser malinterpretado por los visitantes de la exposición”. Asombroso, además, si conocemos la obra, en la que dos edificios aparecen practicando sodomía, una instalación que podríamos considerar antes naíf que obscena. Pero, como decíamos antes, el hecho de si es más o menos naíf tampoco debe esgrimirse como argumento ético para la censura artística, una censura que no es tolerable en ningún caso.
Pues en estas estamos, en pleno siglo XXI, denunciando censuras en países desarrollados, con democracias perfectamente asentadas (al menos en apariencia). Para hablar de censura en el arte no hay que mirar al Papa Pablo III y sus conflictos con Miguel Ángel por los desnudos de los frescos de la Capilla Sixtina, ni la ocultación hasta 1995 de El origen del mundo de Gustave Courbet. Sólo hay que pensar –por poner otro ejemplo cercano- en la censura explícita ejercida por Facebook al eliminar el perfil del profesor francés Frédéric Durand-Baïsas por el hecho de publicar un documental sobre esta obra de Courbet.
Quizá en todo esto, además de un trasfondo puritano que debería estar desterrado de nuestro tiempo, haya otro factor que no siempre tenemos en cuenta: la creciente estupidez de quienes tienen en sus manos la capacidad de mostrar la obra de arte.
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