El ojo del sur
12 de abril de 2016.
“Dices que no sabes si has estado en lo jondo del sonido: no has estado” A. L. Guillén, Kénosis.
Cuando mi vida era todavía una promesa que sistemáticamente no se cumplía, acostumbraba a pisar el Sur de la Península en busca de algunas respuestas y, sobre todo, a la captura de muchas preguntas. Sistemáticamente acostado en los bancos que se encuentran al lado de esa fuente-estatua-monumento en la granadina Cuesta de Gomérez, esa pronunciada pendiente que te sube hasta La Alhambra y de ahí a los cielos, mantenía numerosos encuentros que habían tenido su orígen en los Cursos de Granada dónde por aquel entonces confluiamos numerosas voces, todas ellas disidentes con las restantes y, cosas de la juventud, muy especialmente disidentes con ellas mismas. Recuerdo con agrado conversaciones más o menos fugaces que resuenan (más o menos fieles a la realidad que fue) en mi cabeza casi cada día de mi vida con gente como Eneko Vadillo (lo importante es tener un acorde, una idea, que te guste; si no tienes eso, ¿qué puedes construir?), Antonio Meliveo (si la imagen es mala, la música ha de ser mala; lo digo para provocarte porque si me respondes a eso ya tendremos un buen debate), Arturo Díez Boscovich (grandes cafés hablando de tango: demasiadas palabras recordadas como para quedarme con alguna en concreto) o, muy especialmente, aquel ser curioso que con los meses pasaría a ser íntimo amigo mío y que se entregaba día y noche a los encantos del violín eléctrico. Paco. Había algo en aquel Sur que me turbaba profundamente y Paco -y su grupo malagueño de música teatral Casamía- eran la encarnación de ese algo. Porque Paco me atacaba y me atacaba con razón: mi pensamiento se mantenía cerrado ante determinadas manifestaciones que yo ni siquiera observaba con recelo; para nada: sencillamente, no observaba. Largas horas analizando entre ambos las veleitudes de la música de Frank Zappa y de Robert Fripp acabaron dando la razón a Paco y abriendo el camino que más tarde yo seguiría en mis andares: no me interesaban aquellas corrientes ni lo más mínimo para mi devenir personal a pesar de que la atracción hacia ellas era innegable. Es lógico: no todo lo que te atrae como observador te atrae en calidad de actor. Un caso de vouyearismo musical, ciertamente, en la misma medida en la que somos miles los compositores que nos podemos sentir fascinados con los lieder de Schubert pero no por ello nos lanzamos a componer cosas similares. En cualquier caso, el duende del Sur me había mostrado un mundo absolutamente desconocido para mí, un universo que me turbaba, me seducía, me revolvía, y me dejaba en un punto del que no había retorno. Daba igual que el Sur fuera la Málaga de mi Paco o el Jaén del otro Paco, el Guerrero: había algo iniciático en toda la extensión andaluza que estaba llamado a no ser del todo comprendido por muchos pero a abrir caminos para las consciencias. Luego llegó el vacío.
Con los años, por el propio devenir del país y el mío personal, las llamas se fueron apagando: la desolación en la que caímos fue tan grande que creímos que ya no había lugar para muchas de aquellas manifestaciones que antes nos enamoraban. No es que dejaran de existir libros incunables que nos intercambiábamos con absoluta bondad y fraternidad ni discos cuya existencia sólo conocías de oídas y alguien recién llegado de Cádiz traía debajo del brazo dispuesto a copiártelos para hacerte un hombre más feliz. Todo esto no pasó, pero nosotros creímos que sí había pasado, y el acceso a un sinfín de material nos hizo olvidarnos un poco del intercambio de conocimientos más directo, más personal, más humano, más turbador y renovador. En el fondo, todos aquellos nombres que circulaban en discos y libros de difícil acceso no eran más que una generación de autores que Internet constituyó como la cultura oficial. Creíamos que teníamos lo rompedor, lo distinto, lo original, al alcance de nuestras manos, y lo único que ocurría es que estaban al alcance de nuestras manos porque ya estaban institucionalizados, ya el ADSL del siglo XXI era el obsoleto Auditorio del siglo XX: los conocimientos habían sido asimilados y no seríamos conscientes de ello hasta que alguien consiguiera desinstitucionalizar su propio pensamiento y darlo a conocer al mundo otra vez en forma de incunable, libro o disco o directo, su formato sería lo de menos. Todo hacía sospechar que llegaría nuevamente del Sur. Ese Sur que no es mío, que no soy yo, que jamás compartiré dentro de mí porque el Norte existe en mí hasta un límite insospechado y mi nebulosa personal no admite la presencia de lo jondo más allá de la anécdota: ese Sur que necesito y que me retuerce las tripas. Así fue.
Como corresponde a los nuevos tiempos, ahora los incunables circulan en formato PDF. Y así llegó hace unos meses a mis manos un pequeño documento digital titulado Kénosis, cuyo autor, hoy ya bien analizado por mis oídos pero entonces un completo desconocido, A.L. Guillén, se me reveló como una de las mentes musicales más impactantes de cuantas habitan hoy en día Europa. Desde el minuto cero, a través de un título que supone una enorme declaración de intenciones, aquel libro desgranaba un viaje inciático a las profundidades de la vida y del sonido, sin que existiera distinción alguna entre ambos elementos. Para quién no esté familiarizado con la terminología cristiana, tal vez no sea tan transparente el uso del término: esa “kénosis” entendida como el vaciamiento de uno mismo para que el propio yo se ponga al servicio completo de la divinidad, para ser un instrumento de Dios. Para quién sí esté femiliarizado, la bomba comenzaba en su página cero.
Hablamos del libro de un iluminado, pues: un iluminado que proponía un escrito claramente dividido en tres partes y cuyo viaje iniciático arriba mencionado partía de una exaltación del mundo terreno, un mundo humano, de excesos pero también de cultura y formación, cuya explosión y colapso da lugar a la anulación de su propio yo a través del amor y la consecución de una suerte de Nirvana a través del sonido. El sonido, el ritual del sonido, como vía para el éxtasis y la entrega al Cosmos, toda vez que la razón y la consciencia hayan sido anuladas por su ineficacia e inutilidad. Caminos comunes con el sufismo o el hinduismo o casi todo -ismo de origen no europeo, pero que en todo caso consigue ir más allá de la tradición culta o popular y se circunscribe y encuentra su lugar en el campo de la improvisación libre yendo más allá de los escritos de Cage, Zappa, Schaeffer, y esto es lo realmente importante aquí: un músico, un pensador musical, que ha conseguido superar, avanzando sobre ellos, a los maestros pasados. Porque ninguno de ellos consiguió integrar el Amor en su discurso -no hay emotividad en ellos- ni consiguió al mismo tiempo estetizar sus formas al nivel de un verdadero alquimista. Porque yo creo que A.L. Guillén es músico místico y alquimista, y es esto lo que le ha hecho llegar a un límite nuevo para el resto de nosotros. Un límite que en todo caso no pretendo desgranar en este espacio porque: 1/ todo lo que yo diga será siempre insuficiente para explicar a un músico absolutamente inexplicable; 2/ todo lo que yo diga será siempre excesivo para explicar a un músico extremadamente sencillo. Para comprenderlo, tan sólo habrá que anular la consciencia individual y la propia razón y entonces, la naturaleza de su discurso se vuelve transparente como el agua – y en todo caso dudo que su autor deseara algo que a mí se me presenta inútil: tratar de explicar algo que o se busca y se vive y sólo así se encuentra o todo esfuerzo será inútil. Para comprenderlo, insisto, habrá que buscarlo, aunque francamente tengo serias dudas sobre la posibilidad de conseguir Kénosis fácilmente a través de la red. Parece no existir para los buscadores, no hay un “Kénosis free download pdf” o yo no lo he encontrado. A todas luces, parece un libro que no existe, pero yo lo he leído; lo tengo. Quién me lo ha hecho llegar sabe de un rumor que dice que se encuentra en manos de un editor y que parece que verá la luz para la próxima temporada editorial; un octubre, un noviembre, quién sabe. Lo que sí sé con certeza es que sería ese un editor afortunado. Mientras tanto, propongo hacer de la búsqueda el camino (“ping pong / lo importante era la pelota“) y conseguir las decenas de grabaciones que el genio de Guillén ha ido dejando por toda la red y en formatos físicos, el último de ellos aparecido hace escasos días: Solaz: Tres Poemas Sonoros del Éxtasis del Sur. Para nosotros, aquellos profesionales del campo sonoro, debería resultar una obligación tornar nuestros oídos hacia el Sur una vez más y comprobar que Antonio Guillén es su ojo. No garantizo que nadie encuentre en su obra la respuesta a nada pero sí encontrará un buen puñado de preguntas, y son muy pocos los músicos imbuidos de la capacidad visionaria necesaria para ello.
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