El ruidismo como realidad sonora (La rebelión contra el arte burgués)

La finalidad del ruidismo como movimiento estético consiste en la oposición a los atractivos de las formas sonoras ya hechas de antemano, las consideradas como tradicionales. Pero deberíamos preguntarnos si en la actualidad el ruidismo como género contundente y visceral por antonomasia ¿es aún el gran movimiento de reacción capaz aún de cambiar la música?

Lo que conocemos como noise es la antítesis de la tradición y lleva años dando muestras continuas de que es algo  más que una dicotomía entre formalismo y antiformalismo.

A nadie se le escapa que lo aséptico, digital, cristalino y limpio copa la mayoría de carteles de eventos relacionados con la música experimental y electrónica. Los más pesimistas pueden pensar que el  salvajismo se convirtió en estridencia pulida, apta para oyentes de museo. Otros, en cambio, consideran que este hecho no es determinante y que existe aún una especie de  corriente subterránea que permite que el hervidero cultural underground aún se mantenga activo.

No olvidemos que fue el primer intento serio de renuncia a toda ilusión de realidad musical impuesta, expresando de forma deliberada la deformación de los sonidos más allá de lo que encontramos en la escucha de los sonidos que nos rodean, y la apropiación de desechos o elementos exógenos para la tradición musical. Es decir, no es una simple representación de los sonidos naturales (incluyo los maquinales) de la  sociedad capitalista de principios del siglo XX hasta nuestros días.  No es una mera translación sónica del orden, aparentemente caótico, de nuestra sociedad presente, donde partes interesadas prefieren  guardar las formas, diluyendo, ocultando y domando la visceral lucha de clases que se libra a diario.

Va más allá, y de forma deliberada, por contraposición a lo dominante, y se enmarca en un tipo de análisis subjetivo donde la interpretación de los sonidos mantiene una tipología ideal para la práctica burguesa, la máxima del arte como evasión para alcanzar la belleza. La frase “el ruido es bello” es un ejemplo máximo, y significa que se inserta en el sistema operativo de la gran máquina musical de propaganda.

De una forma completa y consecuente, la búsqueda de la emancipación frente a esa “realidad” impuesta, es nuestra quintaesencia, porque la corporeidad y el movimiento debe ser buscada de otra forma más radical y rupturista. Hay que volver a los orígenes para despojarnos de ciertas ideas que solo adornan superficialmente lo que significa generar ruidos como medio de expresión.

La “fisicidad” de los sonidos gira en torno a lo intenso, lo metálico, lo denso, y lo abrasivo; como ejercicio puramente subversivo. Y su seña de identidad es el culto a la exaltación irreverente de una creatividad plena enfrentada al poder, justo lo contrario a la definición de un movimiento creado por unos insatisfechos pequeñoburgueses que actuaban en los momentos previos a la Primera Guerra Mundial.

Los objetos sonoros naturales (incluidos los sonidos estridentes provenientes de las fábricas, motores, artilugios mecánicos e instrumentos electrónicos) son, primero idolatrados, y luego deformados deliberadamente para enfrentarse a esa realidad adulterada y falsa que afirma constantemente que los sonido de la naturaleza son los ideales para trabajar con ellos, pero los de la hormigonera de una obra son inaceptables.

Solo cabe preparar las bases de este cambio mental sin ceder a una descripción integradora y más dócil de la realidad, tal y como puede establecer R. Murray Schafer, más o menos fiel a la transcripción sonora del mundo como objeto sonoro.

Con el noise ya  no se realiza una reproducción “realista” de la naturaleza, la que comparte solo una parte de los objetos sonoros existentes, sino que se vuelca en sustituir esa realidad vigente por otra. O más que sustituir, en representar lo que algunos quieren ocultar o despreciar.

Simplemente es otra manifestación cultural y concepto de mundo sonoro, que deja de ser compatible con la oficialidad y el orden inoculado en cada uno de nosotros.

No es de extrañar que los bienpensantes discípulos de las academias, esos mismos que adoran los intonarumori de Luigi Russolo, al escuchar discos de músicos actuales autodidactas y underground, se llevan las manos a la cabeza (mejor dicho a las orejas) porque consideran firmemente que sus representaciones son simplistas, y vulgares; puro arte “feo” que olvida, por expresarlo de alguna manera,  la eufonía musical, las atractivas formas armónicas, y las tonalidades; destruyendo todos los valores musicales heredados desde hace siglos. Y porque implica un  rechazo frontal a la idea dominante de lo que se considera culto y placentero.

El ruidismo podría tener más proximidad al punk mediante un potente nihilismo pero no autodestructivo, sino destructor. Por lo tanto no es escapista, ni tampoco nihilista, como algunos puedan pensar. La base está en la transformación total mediante el abandono de la complacencia estética, y en la búsqueda de la destrucción de las falsas ilusiones burguesas que han predominado durante décadas nuestra  sociedad. Aún existen cadenas y grilletes, pero no son todas de metal.

El rechazo a la tradición, y los convencionalismos que emanan del orden social es una premisa fundamental. La única tradición respetable es la que proviene del futurismo y de las ideas emancipadoras. La preocupación sobre el devenir del ruidismo radica en que finalmente sea reconocido como válido por el propio sistema, dando lugar a vacilaciones en algunos activistas del noise.

Preguntas como reflexión: ¿Existe ruptura si algunos de los artistas actuamos patrocinados por grandes bancos privados en sus ciclos culturales? ¿Tenemos otra salida? ¿Qué tipo de realidad sónica estamos construyendo con la práctica experimental? ¿Operamos de forma inconsciente al servicio del poder? Estas son preguntas para un debate sano y necesario. Si no lo abordamos la  clase dominante seguirá construyendo su verdad, objetiva en apariencia.

A través del Estado y de sus aparatos ideológicos la oligarquía ha modelado la conciencia de los hombres, troquelando su visión del mundo de acuerdo con la verdad de  sus propios intereses como clase. Y en ese trabajo de moldeamiento de conciencias, el arte, concretamente los músicos han jugado siempre un papel ambivalente, y dual.

Si por un lado el poder se ha valido del arte y los artistas para conformar una determinada concepción del mundo, al mismo tiempo, el arte y los artistas, también han jugado un papel de punta de lanza en cada momento en que el viejo orden se estaba viendo superado por otro mundo nuevo, y otras concepciones radicales que surgían de sus propias entrañas.

De modo que el arte del poder establecido ha tenido como oposición en cada período histórico de transformación, lo que podríamos denominar “el contrapoder del arte”, abriendo nuevas rutas, nuevos horizontes y conquistando nuevos ámbitos de poder en lo cultural. Y de esta lucha, o permanente tensión entre el arte del poder y el contrapoder del arte, es cuando surgen, desde las contradicciones, las escuelas artísticas, las corrientes, o las tendencias.

Más preguntas para el debate: ¿Qué naturaleza de clase  y rasgos tiene ese contrapoder musical que denominan experimental en sus distintas caras? ¿Cuál es el papel del ruidismo en ese contrapoder?

El papel del músico adquiere un doble significado. Si por un lado vive de y apuntala el orden establecido, por el otro, su peculiar colocación en ese mismo orden social, le permite reconocer y dar forma al núcleo indeleble y excepcional que se esconde en el caos de su tiempo.

Frente a una realidad histórica que para la generalidad de los hombres está deformada en lo cotidiano, por una sucesión de acontecimientos efímeros, superfluos e irrelevantes que acompañan y envuelven el centro nodular, donde la colisión de fuerzas sistémicas está decidiendo el destino de la sociedad, al “genio artístico” le corresponde quintaesenciar esa realidad oculta a ojos de la mayoría y hacerla visible en su obra.

Mucho antes de que los hombres tomen conciencia de ella o de que los filósofos lleguen a comprenderla y teorizarla, los artistas ya están operando sobre esa nueva realidad. El punk, la música industrial, el techno, el rap, y en este caso, el noise son un claro ejemplo de ello.

La autonomía personal del músico experimental, otorgada por el poder para que ensaye con nuevas formas y se adentren nuevas vías de investigación, no debe edulcorar ni el mensaje ni la actitud de ruptura contra el poder. No olvidemos que el arte en todas sus variantes es un elemento de propaganda al servicio de los Estados.

Todo producto cultural es deudor de su contexto histórico. Se produce de las relaciones de producción vigentes en él, y a su vez se desarrolla en relación a ellas. Cualquier producción artística no es sino el reflejo en la conciencia del hombre de una existencia social históricamente determinada por las relaciones de producción de ese período.

Pero esta relación no es ni mecánica ni unidireccional. A su vez, el arte opera e influye también en el desarrollo de esa existencia social, rompiendo con las viejas formas y modelos, abriendo el camino hacia el establecimiento de nuevos cánones y concepciones que, en su desarrollo, corresponden con las nuevas formas sociales más avanzadas que están pugnando por nacer. Y a la música experimental, concretamente el ruidismo como hermano bastardo, le corresponde un papel fundamental para que en ese camino artístico hacia nuevas concepciones y entendimientos de la música, no acabemos en el lado incorrecto (reaccionario), o sea, el de la tradición burguesa.

El ruido como medio de expresión no convencional supuso una fuerte ruptura con la tradición artística, pero lamentablemente no llevó este conflicto a la lucha de clases en un sentido creativo y de organización, sino de destrucción derrotista, cuya finalidad consistía en oponer sin transformar. Mayoritariamente los músicos hemos seguido esa línea, y la fagocitación está a la vuelta de la esquina.

Pero no hay que restar la importancia histórica que en estas últimas décadas estos sonidos han tenido como género musical  que lo que intentaba era llevar a un callejón sin salida al viejo arte burgués. El problema es que mientras se intentaba, se  apropiaron de nuestros postulados y sonoridades, dotándole de esterilidad y docilidad que nos está costando desprendernos. Hay esperanza si primero sabemos reconocer y mostrar las mentiras del ideal de arte que difunden desde el poder la alta burguesía, y si comprendemos que la verdad que nos venden es únicamente su verdad.

Ya lo plantearon otros como Arnold Hauser, hay que volver proponer un cuestionamiento radical a las concepciones culturales y artísticas vigentes. El mundo burgués aún no ha estallado en mil pedazos, su mundo ordenado, lógico y previsible intenta modelar lo que no le pertenece y le atemoriza. Lo que era inmutable ya no lo es, y el ruidismo es la única vía desde un punto de vista liberador para muchos de nosotros. Es la mejor de las opciones estéticas para acabar con el jardín de la vieja cultura conservadora.

La ruptura debe ser total ya que caer en los brazos del viejo orden musical solo servirá para rejuvenecerlo. Ese es el mayor de los peligros. No podemos ser parte del púlpito de una convención programada por los comisarios culturales de la oligarquía financiera. Estamos en la representación de una época agonizante donde la ruptura radical de todos los valores estéticos se muestran con un género llamado ruidismo o noise (como quieran denominarlo). No debemos permitir que se anexionen nuestra realidad sonora. El resultado de sus práctica significa que nos tienen miedo. Aún hay esperanza.

 

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