En “MI música”…

Jean Molino, en su inagotable, aún 40 años despues de publicado, Hecho Musical y Semiología de la Música propone una explicación extremadamente eficiente para la comprensión de la postmodernidad musical, centrada en la noción de  autonomización de las variables musicales.

Para el musicólogo y profesor de literatura comparada de la Universidad de Lausanne, cada una de las dimensiónes del “hecho musical total” (término tomado del antropólogo Marcel Mauss para quien todo hecho social es a la vez jurídico, religioso, artístico, político, etc.) es factible de ser separada del todo y constituirse en eje exclusivo de una construcción musical.

De  manera que el silencio, el ruido, la interpretación o su ausencia, la gestualidad, el humor, el timbre o la interacción con el público, abren la posibilidad de fundar otros tantos órdenes musicales autónomos.

Por ejemplo, en el nivel de la “poiética”, las estrategias composicionales se convierten en objeto de atención y es posible tematizar momentos del proceso creativo como la experimentación, la escucha repetida de un fenómeno sonoro, la fe personal  del compositor o el silencio necesario para la escucha interior.

Cada uno de estos aspectos pasan a ocupar un lugar en el escenario y dan lugar a la producción de discursos teóricos que aspiran a constituirse en totalidad, como en Tudor, Cage o Schaeffer.

En el nivel material, la tecnología, necesaria tanto para la producción de cualquier sonido, como para su representación (sin duda la escritura es tecnología), construye asimismo su espacio en centros de producción en los cuáles los medios utilizados son un dato significativo para inferir el valor de una obra.

A nivel de la recepción, la interactividad y la presencia del público en concierto asistiendo al “drama” de la producción sonora, bastiones aparentemente inexpugnables de la “música” (¡y palabras mágicas para la obtención de recursos de investigación universitaria!) se convirtieron en variables de las cuales queda demostrado que podemos prescindir, como lo demuestran no sólo la escucha solitaria de archivos de audio en la computadora, sino tambien las discotecas y los canales de TV musicales, el uso de música grabada en los actos escolares,  la escucha en youtube o soundcloud, etc.

La espacialidad, las músicas del pasado, la inteligencia artificial, la repetición, el pensamiento matemático, los sistemas de afinación, el esfuezo o la teatralidad: cualquier dimensión del hecho musical puede ser un punto axial de reflexión para  grupos, escuelas, centros de producción y para inspirar la producción de obras. Leonard Meyer en 1967, en Music, the arts and Ideas,  imaginaba con profética certeza, que ninguna de esas corrientes prevalecería sobre las otras y se daría un estado de “stasis” permanente.

La ausencia de una teoría general de la composición que dé cuenta de esta situación parece no importarnos mucho a los compositores que siempre empezamos nuestras conferencias enunciando cosas como “En mi música…”.

Las perspectivas de la musicología y la semiología musical tal vez pueden, como en los casos que citamos, aportar una mirada que trascienda el solipsismo que cunde actualmente en nuestro campo.

 

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