La herencia del pasado, los derechos del alumno y la dura realidad de los conservatorios

En los años 70 un Director del Conservatorio de Madrid, ante la posibilidad de que los conservatorios entraran a formar parte de la Universidad se expresó con la célebre frase “Más vale cabeza de ratón que cola de león” El tema se planteó en varios momentos y a veces porque algunos Conservatorios Superiores se negaron a solicitar la incorporación en la universidad y otras porque la administración no quiso escuchar a responsables de Conservatorio interesados en incorporar la música a la Universidad, la cosa sigue sin aclararse. Recuerdo en mi época de estudiante de música cómo escuchaba con sorpresa a  bastantes músicos decir que no les interesaba entrar en la Universidad: “La universidad no es cosa nuestra” “la música está por encima de todo”, “la música está por encima de la ciencia”…, eran frases que se escuchaban en las asambleas que tuvieron lugar en aquellos años en el Conservatorio de Ópera en Madrid. Intentos posteriores por parte de algún director de conservatorio no tuvieron apoyo de la administración. El resultado es que, a pesar del buen hacer y del avance pedagógico en tantos profesionales de la música, el Conservatorio conserva todavía buena parte de los comportamientos y tics ideológicos y administrativos de aquellos años particularmente en algunos tratos paternalistas y caprichosos y en la auténtica falta de derechos de los estudiantes que puedan combatir estos comportamientos. Tras estudiar en ambas instituciones, Conservatorio y Universidad, y estando actualmente vinculado a ambas, como profesor en la universidad y como padre de dos niños que estudian en el Conservatorio (bueno, a uno ya le han quitado las ganas) he podido comprobar el diferente estatus de los estudiantes en ambos tipos de centros.

Un alumno de Universidad posee diversos mecanismos de defensa ante posibles errores o comportamientos incorrectos de un profesor. Son diversas las posibilidades que tiene un alumno de reclamar y de ser escuchado y evaluado en diferentes modos además de por los profesores y tutores, por diversas comisiones de departamento, de facultad, tribunales o a través del defensor del alumno… en el Conservatorio hemos comprobado que todo acaba en el mismo profesor donde empieza el problema dependiendo siempre de la subjetividad, de su predisposición, a veces caprichosa, a los que el Conservatorio y la administración territorial da siempre la razón en cualquier conflicto, visión carente de objetividad al no pasar por la opinión independiente de otros profesores, comisiones o expertos.

Quiero hacer públicas estas reflexiones al hilo de los sucedido en el Conservatorio de Amaniel en el curso 2016-2017 en el que un niño de 11 años, por decisión de su profesor de violín, tuvo que dejar el conservatorio, en el que llevaba estudiando desde los 8 años. Al niño le gusta la música, se ha comportado en manera ejemplar, desea continuar sus estudios musicales y todavía no entiende porqué, a pesar de tener aprobadas las demás asignaturas, tiene que dejar el centro en el que él y  su hermano se han formado desde los 8 años. Este ejemplo es sólo una muestra entre múltiples casos de niños que abandonan la música frustrados por el trato inadecuado  y caprichoso del profesor. Esta situación se produce con demasiada frecuencia en nuestros conservatorios: niños que abandonan la música y llegan a desarrollar un rechazo hacia ella debido a las actitudes negativas de profesores que desprecian a alumnos que no responden a un perfil predeterminado, sin explorar ni dar opciones a las capacidades reales del niño hacia la música.

Los casos de fracaso escolar pueden ser responsabilidad del alumno, del profesor o distribuirla entre ambos y reconozco que estas situaciones pueden ser susceptibles de interpretación, pero el problema grave se produce cuando el sistema educativo no tiene recursos para detectar, analizar y dar respuesta a casos de poca empatía entre profesores y alumnos que afectan al clima de la clase y al desarrollo de las capacidades y de la creatividad del alumno, y que finalmente acaban con el abandono de las enseñanzas musicales de niños fuertemente preparados y con cualidades. El actual sistema no es capaz, ante una posible incapacidad o falta de interés de un profesor por un determinado alumno, de detectar y abordar actitudes negativas hacia alumnos, a los que se les están bloqueando sus capacidades creativas y de aprendizaje desde el primer momento, en vez de desarrollar una pedagogía positiva y activa, que ayude a los alumnos a superar retos. Del mismo modo que los Conservatorios no muestran ningún entusiasmo por las nuevas tendencias contemporáneas de la música (falta de interés por las vanguardias del s. XX, por las tecnologías, por los nuevos conocimientos científicos en el ámbito sonoro y perceptivo, falta de interés por los nuevos formatos electroacústicos, audiovisuales, multimedia…) tampoco son receptivos en todo lo concerniente a la pedagogía musical contemporánea manteniéndose un estatus de profesorado capaz de frustrar sin problemas la vocación musical de niños auténticamente preparados e interesados por la música dañando además gravemente la propia autoestima de los niños.

Es lamentable que a estas alturas, con los numerosos avances en el ámbito del sonido y de la pedagogía musical, un Conservatorio Profesional y, sobre todo, las autoridades educativas, en este caso la Dirección territorial de área de Madrid, no sean capaces de entender y responder con eficacia a un problema tan grave y permitan este tipo de situaciones. El argumento que suele darse es que el profesor “no es un loco”, “no es uno raro” aunque los problemas se repitan continuamente  con diferentes alumnos.

Es lamentable que el sistema de enseñanza musical (Conservatorios y Direcciones territoriales) no sea capaz de abordar un problema como éste alimentando la imagen lamentable de las enseñanzas musicales en nuestro país.

 

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