Reflexiones en torno a la creación sonora

Proceso creador

Para quienes perciben la presencia inmóvil de la muerte, el agotamiento o la crisis de la ideas de los ancestros, es evidente que las respuestas formuladas por la historia de la creación son incompletas, parciales. Las resonancias estéticas del pasado, a pesar de su irrefutabilidad, no responden a las tragedias de un mundo desolado por la apatía, la indolencia crítica; hundidas en el feroz e inconsciente primitivismo patriarcal.  Entonces, ¿cómo reflejar el sonido de la cruel vanidad que chismorrea en la oscuridad absoluta del materialismo consumista?

Ahora bien, no creo que se puedan encontrar respuestas si antes no entendemos el lenguaje estético de los ancestros, si no aprendemos a hablar con ellos en su hermética lengua. La nutricia exégesis, que hace comprensibles las ideas de los muertos, es un proceso similar al que revela al compositor contemporáneo la conciencia de su propio discurso. El creador dedica tiempo al trabajo de transducción de su propia contextura ontológica, a sus premoniciones de lo posible, a la epistemología de lo concreto, mas también a lo incognoscible racionalmente, que subyace oculto y real en las profundidades de lo desconocido y en las resonancias del misterio.

Es evidente que no estamos hablando de algo sencillo de alcanzar, pues la comprensión de nuestra contextura espiritual es apenas un inicio. Lo más arduo de alcanzar es la materialización del discurso sonoro como revelación o veracidad estética. ¿Cómo materializar las sutiles intuiciones del espíritu, la existencia extendida en el tiempo, la emanación crítica de la inconformidad y la duda?

La concreción técnica de las premoniciones acústicas parten del vacío abismal que deja una obra anterior, y comienza a cobrar forma cuando la reflexión supera la incredulidad que produce la propia existencia. La mente del oído escucha, sufre, cavila, y así se recarga de ideas.  Aparece una voluntad capaz de superponerse a las trágicas contradicciones en las que nuestra especie se encuentra atrapada.  Así se inicia un proceso que engendra el discurso desde ese mínimo extremo del abismo y de la nada, haciendo germinar la metáfora, lo expresivo, lo irracional, lo extático, alcanzando la disolución de la razón en el misterio, y del misterio en la razón.  El tiempo y la introspección en lo sonoro encienden el proceso creador, como el agua hace germinar la semilla.  Un proceso o praxis que funde el deseo, el conocimiento y la causa errática platónica, se expande extático en dirección a lo inexplicable, lo incógnito, lo enigmático, lo metafísico. Tan real, necesario y elocuente como el trabajo que se ocupa de lo superficial, lo inmediato, lo evidente, lo objetivo y lo concreto.

Exégesis de la creación actual

Otro aspecto fundamental es el análisis de los discursos sonoros contemporáneos. En algunos casos son un reflejo de la actualidad del mundo. En otros casos, el oído los revela como intrascendentes ejemplos del servilismo o simplismo demagógico para encajar en un nicho de mercado: formas concupiscentes sin contenido, reverencias a la muerte. Aún así, esa ausencia de contenido también es un signo de la sociedad, su consumismo intrascendente y voraz, que inevitablemente se reconoce en el sonido como amenaza de la vida en el planeta. En composición no se puede mentir. La obra es la manifestación sonora de quien la propone, una creación estética no se puede falsificar a largo plazo: lo que suena es lo que es. La obra es especular, una manifestación estética de quien hace pública su ética, ¿O acaso no hay una diferencia substancial en la dimensión puramente auditiva, cuando comparamos los discursos sonoros de Mussorgsky y John Williams?   La ciencia es la explicación de algo que existe, algo que esperaba ser explicado. El arte es una ontología, identitario del tiempo en el que surge, y en algunos casos extraños; único, original, inaudito, asombroso. Lo que otorga al arte su sentido más profundo, más allá del orden simbólico colectivo que refleja, es algo que se engendra en las entrañas del ser y su individualidad: algo fundamental que se esfuerza por alcanzar lo desconocido.

En tal sentido, la escucha crítica de los compositores contemporáneos nos revela su lucha por trascender ese orden simbólico. En otras obras, percibimos una tediosa repetición que intenta imitar los estilos reconocidos para aprobar los requisitos burocráticos del poder. Una lúgubre e inconsciente condena a la intrascendencia y la inutilidad que por un atavismo primitivo se confunde con la inteligencia y el talento. Otras obras, son inaudibles, insoportables, incoherentes, vacías, y la mezquindad de su discurso no invoca otra cosa que el olvido. Es común encontrar trabajos muy formales, es decir, con una forma técnicamente sólida y trabajada, pero sin contenido, lo cual es análogo a un hermoso cadáver, un cuerpo sin ánima, sin vida, pero que sólo expresa la materialidad lívida de un envase vacío. Aun así, casi todas las creaciones sonoras tienen algo que contar del tiempo en el que se constituyen.

El oído como guía y maestro

La audición de obras contemporáneas es un proceso de reflexión crítica que favorece la develación de las posibilidades del sonido, y enriquece el trabajo de conformación del propio lenguaje. De igual forma, el análisis acústico del mundo en la escucha atenta es un viaje de descubrimiento, el cual revela elementos del propio discurso, formas de expresión que aún no conocía la conciencia del compositor y que podrían serle útiles.  Por otra parte, se produce un desarrollo de la escucha analítica, aperceptiva y multidimensional profunda, imprescindible para el trabajo de compositivo. En la escucha se encuentran respuestas a las preguntas suspendidas, a los obstáculos indeterminados. Un proceso reflexivo y crítico donde van encontrando formas y claves musicológicas plasmadoras de aquello intuido en la conciencia. También nos hacemos conscientes de las debilidades del propio trabajo, y percibimos las facetas erróneas de nuestros esfuerzos. Además, experimentamos hasta qué punto el propio trabajo tiene algún valor significante o si es apenas una ilusión de progreso. ¿Posee autenticidad? ¿Es un aporte sustancial a la sociedad? Todo eso es captado y analizado por el oído interno de la intuición, y por el conocimiento que profundiza y confirma estas percepciones a las que nos somete lo sonoro. Cuando la música está escrita, la estructura técnica o semiótica que la sustenta responde al instante la pregunta: ¿cómo se hizo? Es cualidad del ojo comprender con rapidez esa geometría marcada en el tiempo, pero es el oído quien percibe los detalles profundos y fundamentales, el pathos y el ethos temporal transitando fugaz por la conciencia sonora. El oído como un transductor de las emociones profundas, como espiral de las premoniciones. Máquina de alertas tempranas en la obscuridad de la infamia. Órgano de la música, de la palabra, la conciencia y el misterio. Órgano cuyas capacidades se pueden expandir tanto como abordemos la praxis de su activación.

El oído es un sentido especialmente fructífero cuando se desarrolla en el campo de la apercepción extática y la consciencia profunda. Un sentido que antes de la hegemonía ocular funcionaba plenamente como herramienta juiciosa del entorno. La esquematización positivista del pensamiento racional puso al ojo como el sentido dominante en occidente, aunque esto pudo fluctuar a lo largo de la historia. Pensemos en los tiempos en que la escritura ideográfica fue substituida por la escritura fonética, es decir, dejó de ser simbolismo visual para pasar a registrar los sonidos del lenguaje humano. Quizás el futuro nos depare el surgimiento de una cultura plenamente desarrollada en sus potencialidades aurales, que se exprese con metáforas y ruidos, enunciados con una particular expresividad sonora, intensamente emotivos a la par que racionales. Todo ello, claro está, si nuestra especie logra sobrevivir al descontrol de sus primitivos instintos, a sus limitaciones empáticas y a la incapacidad de comprender sus propias posibilidades y talentos. Si fuera capaz de superar su obsesión atávica por las jerarquías y la acumulación de materia inútil, enfilaría sus pasos hacia una existencia del compartir y el cooperar, una existencia creadora.

Zeitgeist

En los tiempos que corren, una humanidad deslumbrada por quimeras es sorda a las crisis sin precedentes que la acechan, incapaz de escuchar los presagios y síntomas que manifiesta el mundo. La humanidad está perdida en el laberinto de la acumulación material y un desarrollo tecnológico condicionado por los intereses del mercado. Manejada por la codicia, invierte su tiempo en la tiranía de lo intrascendente, lo superficial y una primitiva inconsciencia que se presume progresista, civilizada. La acumulación material, más la obediencia a los líderes autoritarios y populistas son instintos que los habitantes inconscientes explotan desde tiempos inmemoriales. Sentir que estamos fuera de esas conductas o costumbres primitivas, produce en nosotros incertidumbre, un miedo que intentamos calmar en la acumulación de objetos inútiles, en el servicio a unas jerarquías tan inconscientes y desorientadas como sus confiados sirvientes.  Sin esa ilusión de colmar nuestros instintos primitivos de acumulación material, y obedeciendo las directrices de un liderazgo carismático, el miedo nos atormenta. De forma análoga, en el campo estético nos cuesta enfrentar el desarrollo de nuevos discursos, lenguajes independientes o inauditos, que aportan nuevos valores estéticos a la sociedad. Nos sentimos desamparados ante lo inaudito, inseguros en lo inexplorado, pero, en creación, este trance de la incertidumbre es indispensable. Superar el miedo a lo desconocido origina una búsqueda ética incesante.  Se producen nuevas estéticas, que finalmente se revelan como premoniciones de una utopía civilizatoria, metáforas de lo posible.

La música como lenguaje

La música se torna capaz de expresar información cuando quien la escucha posee el necesario conocimiento para entender sus contenidos, de una forma similar al conocimiento de un idioma permite entender la información que transmite. El relativismo de la interpretación estética es producto de la ignorancia, un extravío en la mera sensorial que activa sólo las áreas primitivas del cerebro e impide la comprensión del mensaje profundo. Las emociones están en consonancia con la creación. Ahora, ¿esas emociones e ideas que percibimos en la obra podrían llegar a ser exactamente igual a la que quiso expresar el compositor? No, pero si dos objetos están afinados igual, las vibraciones de uno pueden hacer vibrar al otro por simpatía aunque no se produzca exactamente el mismo sonido. Esta metáfora busca explicar cómo el conocimiento nos permite acercarnos a la obra: vibrar en su misma frecuencia. El argumento relativista que niega a la música su estatus de lenguaje no es sólido, pues todo puede ser malinterpretado por la ignorancia. La música es capaz de invocar emociones profundas e intensas, estados de ánimo engendrados desde lo desconocido. Ellos se desarrollan y mutan. En la música se mezclan, se multiplican, se ramifican, se recrean, se reinventan. La música puede ser catalizadora de la conciencia, del pensamiento y de estados de espíritu que se hacen precisos, profundos y se afinan en tanto conozcamos el contexto, la estética y las ideas que la originaron.

Confrontándome al misterioso espacio de los estados de ánimo que inspiran la música, me percato de la dificultad de ser recuerdos o sombras del inconsciente. Las emociones concitadas son extrañas a mi propia ontología, ajenas. Las percibo como un reflejo claro del ser que las originó, su tiempo, su cultura. A diferencia de los sosegados en lo concreto, en lo seguro, los creadores se someten a las dudas. ¿Será que no conocemos las profundidades de la mente? ¿Será que esas emociones no son un rasgo de idiosincrasia del creador ancestral, sino procesos inconscientes? ¿Cómo comprobar si esas emociones son específicas de lo que se escucha, o de nuestra memoria, rastros ocultos en nuestro interior? Otra posibilidad a tomar, sería que la música interactuara con nuestra memoria y nuestro inconsciente para generar nuevas emociones, y en ese proceso alquímico la música es catalizadora de ideas y emociones inéditas.

Me interesa averiguar por qué algunas obras trascienden por siglos a la desaparición física de sus creadores. Creo que todo lo expuesto anteriormente está conectado con esta pregunta, aunque superficialmente no parezca estarlo.

Lenguaje del creador contemporáneo

Ahora, en relación al importante proceso de análisis de la literatura sonora disponible y todas las cuestiones que surgen de ese trabajo, nos adentramos en el propio trabajo compositivo. ¿Qué particularidades posee en relación a todo lo anterior? Pues en primer término, el discurso creado es absolutamente reconocible para su creador, lo percibe como una reflexión o manifestación absoluta de su espíritu, consonante con su escucha, aunque para el oyente desconocedor de ese discurso sea música sin sentido. Evidentemente, como expresamos anteriormente la comprensión de un nuevo lenguaje estético, sus emociones, ideas y estados de conciencia están condicionados por el conocimiento que tengamos de la obra, tal como se conoce el significado de las metáforas poéticas y las circunstancias que las propiciaron. ¿No es el conocimiento profundo de la vida y obra de compositores y poetas aquello que nos permite acercarnos con más o menos precisión a sus ideas, emociones y estética?

Algunos teóricos asumen que al escuchar música, las emociones que se producen son una manifestación exclusiva de nuestro interior, por tal razón, restan valor al papel de la música como expresión estética para transmitir información. ¿Por qué entonces son tan diversas y sutiles? ¿Por qué cada compositor posee una clara y particular personalidad sonora? Incluso el mismo compositor, a partir de esa estética distintiva, es capaz de propiciar una gama amplia de emociones que parecen atemporales, inagotables, extrañas, históricas, precisas en su ontología y particularidades. No parecen recuerdos, ni se parecen a las emociones de los sueños, ¿cuál es en realidad su esencia?

Surge otra reflexión interesante, ¿por qué en la obra se manifiestan emociones que en muchos casos el creador no experimenta en el instante mismo de la creación? ¿Esas emociones son anacronismos surgidos inconscientemente de la memoria, como manifestaciones residuales, ecos del proceso o presagios de lo que está por venir?

Por mi experiencia, el compositor experimenta a concluir el acto de creación es esfuerzo físico y mental integrado, el máximo esfuerzo que es capaz de invocar su existencia. En ese tránsito del acto creador donde se consolida una integridad espiritual coherente, donde se fusionan los contrarios, se diluyen las contradicciones y se materializa la identidad como estética sonora. La praxis creadora despliega la plenitud de nuestra condición humana. En ese espacio de voluntad estética, experimentamos una especie de absoluto integral, nos convertimos en voceros del tiempo, y somos capaces de imaginar la forma de hacer posible lo imposible, de metaforizar la substancia de la intuición, materializar lo incalificable. En ese tiempo de trabajo, de máxima concentración, la praxis creadora no puede disociarse de la esencia absoluta del ser, crisol donde concurre lo conocido, lo físico, lo espiritual, lo errático y lo desconocido. Se produce una lucha contra la desvalorización relativista de la estética, una absurda condición escéptica que no es más que un estéril intento de disolver el sentido. El trabajo creador es un esfuerzo por dar resonancia a la conciencia frente a lo efímero, frente al caos, frente a la primitiva crueldad de la especie y su incierto destino. En ese combate dialéctico se enfrenta lo vano para alcanzar lo inaudito. Es razonable que pocas emociones se manifiesten reconocibles en el proceso mismo de la creación, pues en este espacio lo sentido ya es obvio, habitual, y la composición es más un consumirse en un tiempo pasional, un desgastar la vida, un acto que engendra lo ignoto en el crisol de una perseverancia existencial desmedida.

La creación musical pasa por un incesante proceso de ensayo y error, que interpreta la partitura del espíritu y lo transmuta para dar paso a lo único. Formula preguntas desconcertantes que se expanden en la inmensidad de sus posibilidades, dando vitalidad, lucidez y fuerza vibracional a estados de conciencia inéditos. Estas preguntas catalizadoras, permiten consolidar o transustanciar el espíritu en sonido, pues la praxis creadora incesante es evolución del intelecto, un proceso de reconocimiento espiritual y desarrollo técnico de herramientas, a la par que, concreción física de la materia sonora como utopía de lo posible.

Exploración en el objeto sonoro

Finalmente, creo que es muy importante la relación del compositor con la ejecución instrumental, la improvisación, y desde ahí escape a los límites de sus esquemas semióticos, metodológicos, formales, tecnológicos, etc. Las fórmulas no suenan, la tecnología no suena, y pueden convertirse en espacios de silencio estético, de parálisis, de inconsciencia aural. La tecnología y las reglas de construcción pueden alejarnos de la experiencia directa y constante del fenómeno sonoro, del instante pleno de revelacionesque brindan el no retorno de la improvisación y la síntesis analógica.

La transducción del espíritu en sonido producida en la interpretación de un objeto sonoro, también es búsqueda expresiva, una exploración donde el propio compositor se sumerge en la materia de su oficio, en la praxis directa de engendrar sonido. Improvisar con el instrumento es una especie de exégesis del misterio, un accionar que intenta converger en lo desconocido, un hallazgo sorprendente.   En la improvisación se produce una reflexión acústica que es experiencia consciente, y desde esa apercepción, avanzamos por un camino que nos nutre de un conocimiento por otras vías no obtenido. Un espacio donde libremente se mueve la intuición, revelando las facetas de lo desconocido, no deja de ser simultáneamente una resonancia veraz de la arquitectura del ser interior. La conciencia sabe cuándo entramos en ese recinto ignoto, cuándo encontramos la forma de reflejar la compleja e inimaginable estructura del misterio.

 

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