Todo tiene un principio

La ignorancia no es nesciencia sino un positivo carácter de la intelección afirmativa, (…) es un salto en el vacío” (Xavier Zubiri (2008), Inteligencia y Logos, Madrid, Alianza pp. 80 y ss.)

Permitidme que me declare en estado de ignorancia.

No recuerdo aquello que debería saber y lo que aprendo a cada instante pasa en seguida a formar parte de un confuso batiburrillo de datos, ideas y personajes que otros llaman conocimiento.

Cuando intervengo en alguna discusión estrictamente estética e intelectual -cosa difícil teniendo en cuenta que siempre nos tomamos como algo personal cualquier tipo de contestación crítica-, es relativamente sencillo que me quede sin argumentos -aunque por otro lado esto también podría deberse a una notable falta de reflejos…-.

La vehemencia y la aparente certeza que mis interlocutores emplean en dichas discusiones provocan que dude de todo aquello que creía que sabía. Tengo siempre la sensación de ser el que menos sabe de cualquier cosa. Y por ello, en lugar de continuar con una contra-respuesta, pienso rápidamente en volver a re-leer lo que hasta hoy ha pasado por mis manos para poder aclarar mis recuerdos y definir la fuente teórica y conceptual de toda afirmación que sale de mi boca.

Primera conclusión: la experiencia de lo que otros llaman conocimiento causa en mí una terrible sensación de fragilidad.

A esto hay que sumar un término, casualmente descubierto durante uno de los múltiples viajes a París que he realizado en este año 2013 recién concluido, que vino a dar nombre a una actitud que dormitaba en mi conciencia hacía ya tiempo. La revista Yorokubu -publicación divulgativa distribuida por una compañía española de vuelos low cost que sin duda resultará muy familiar para aquellos que decidan visitar la capital francesa- difundió el pasado mes de octubre su número cuarenta y cuatro. En él aparecía un brevísimo texto titulado “Ingenuicidio”, concepto definido como la “voluntaria inmolación [asociada simbólicamente al suicidio] frente a la negación de las malas o interesadas intenciones”. Esta expresión no deja de ser una ocurrencia posiblemente banal e intrascendente. Sin embargo, me ayudó a conceptualizar de alguna forma la “inocencia voluntaria” que siempre he mantenido ante la inquina, la actitud interesada y la farsa que inunda nuestro entorno cotidiano profesional y artístico.

Segunda conclusión: soy un “ingenuicida”.

Pues bien, he decidido en estas líneas instalarme en la más absoluta ignorancia y, con una ingenuidad quizás infantil, saltar al vacío del que hablaba Zubiri. Durante la inevitable caída libre os hablaré de algunas de las convicciones seguramente ilusas que sí mantengo, con la esperanza de amortiguar el impacto contra el suelo o incluso, quién sabe, levantar el vuelo.

Convicción número 1: el artista es honesto.

 

Licencia Creative Commons
Todo tiene un principio por Pedro Ordóñez Eslava, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.