Con tendinitis y todo
Se nos podrá criticar por pesados, pero preferimos esto que ser acríticos. La mercantilización cultural no es solamente algo con lo que hay que convivir, sino que resulta imprescindible el conocimiento y consecuente reflexión sobre sus desmanes. Porque estamos convencidos de ello es por lo que estos editoriales suelen tratar asuntos de actualidad que causan sorpresa e indignación.
Hace unos días supimos, a través del medio digital Beckmesser, que ese producto mercadotécnico llamado Lang Lang cobró 200.000 euros por un único concierto con la Orquesta de la Comunidad Valenciana en el Palau de les Arts de Valencia. Desde el mundo de la cultura no es raro escuchar voces críticas sobre el mercado futbolístico, sus astronómicos fichajes y –sobre todo- la importancia mediática que este deporte adquiere en la sociedad. Y es cierto, la pregunta de por qué unos señores en calzoncillos corriendo detrás de una pelota, muchos de ellos expertos defraudadores fiscales, conforman los actuales modelos sociales y concitan la admiración de las gentes a las que roban, no deja de estar ahí y causar estupor, cuando menos. Pero la estupidez siempre ha sido libre, y nuestras sociedades, cada vez más apoyadas sobre los aparatos de márquetin, parecen desarmadas ante el juego de estas grandes corporaciones que son las empresas del fútbol o las de la comunicación que las acompañan y participan de los beneficios.
Sin embargo, y al margen del impresentable asunto del fraude fiscal, el hecho de que un club de fútbol se gaste una pasta en un jugador, debería preocuparnos pero no extrañarnos, teniendo en cuenta que vivimos en un capitalismo que puede calificarse de bastante salvaje, con la vista puesta en cosas mucho más jugosas que las preocupaciones éticas. Pero que una entidad pública –además no precisamente boyante en sus presupuestos destinados a la cultura- se gaste 200.000 euros en un pianista, y encima, de calidad muy cuestionada por la crítica, simplemente por el hecho de que el producto es un supuesto “fenómeno de masas” (fenómeno recién salido de una tendinitis, por cierto), esto sí es denunciable. En su periplo español, Lang Lang, además de sustituir al ínclito James Rhodes en la Cadena Ser (¡cuando ya pensábamos que nos íbamos a librar de él al menos un fin de semana!), ha estado en otros sitios, como el Museo del Prado, engrosando los actos del 200 aniversario. Un “concierto” que más bien podría haberse visto como una intervención sonora de las obras que el pianista chino interpretó, teniendo en cuenta el ruido de móviles y cámaras que se produjo a su alrededor. De lo que cobró no sabemos nada, pero intuimos que no lo hizo gratis, sólo motivado por la gran pintura española del XVII (declaró sentirse muy motivado ante esta época de la pintura española para justificar un programa que incluía obras de Beethoven, Chopin y Albéniz, sin duda muy vinculadas con Las meninas de Velazquez).
Pues eso, que con los 200.000 euros valencianos, sumados a los XXX.XXX que se llevaría de Madrid, alguna cosa se puede hacer, ¿no? Desconocemos qué sería, por ejemplo, del mundo de la creación musical contemporánea –incluidos intérpretes, musicólogos, organizadores de festivales y compositores- si lograra agarrar un poquito tan solo del pastel. Empacho seguro. Así que mejor no, tentaciones, las menos, no vaya a ser que sienten mal. Más sano seguir de pobres mientras Lang Lang toquetea el piano entre un artístico y sonoro chascar de disparos fotográficos. Que eso también es arte sonoro y se vende mejor.
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