El pesimismo es lo último que se pierde

Impresiona ver la cantidad de miserias de la política actual, si es que puede llamarse así a lo que practican los políticos. Acabamos de pasar unas elecciones donde prácticamente no se ha hablado de nada que pueda entenderse como formas de servicio a la ciudadanía y ya están todos –políticos y medios de comunicación- saturando el espacio informativo con supuestos pactos, cálculos de escaños y demás mecánica parlamentaria sin atender a ninguna idea política. Así, nos encontramos con que tal o cual situación posible deviene en que tal o cual partido toma un escalón más o menos de poder. Pero en ningún caso este poder responde a una propuesta de cómo organizar la sociedad, eso parece que viene de suyo, por la ideología que porta cada cual, pero en realidad no es así. Los pactos deberían fraguarse a partir de ideas sobre las cosas, sobre cómo responder a los problemas de la ciudadanía, no sobre los sillones que se ocuparán o la fuerza que se tendrá en un hemiciclo. ¿Pero de qué ideas hablamos si unos se han dedicado a salvar a España a golpe de Reyes Católicos, reconquista y Novios de la muerte, los otros a imitarlos y los de más allá a salvar a España de los anteriores? Bueno, a decir verdad, el Sr. Rivera descubrió a Cage en un debate y mandó callar para que el silencio se hiciera materia sonora. Algo es algo…

Y si no se habla de sanidad o de educación, ni siquiera de economía, qué decir de la cultura. Siempre desaparecida, aparcada en un rincón de los programas electorales –sea cual sea el signo político-, este país parece no tener remedio en este aspecto. La cultura es una asignatura “María”, que sirve ora de comodín para plantar un verso de Machado en un discurso, ora para reivindicar un cine español que, sentimos decirlo, es manifiestamente mejorable (por ser benévolos). Por supuesto, siempre queda el tan socorrido binomio turismo-cultura, para entender que esta última sirve para algo más allá que para engrosar el presupuesto con mantenimiento de museos, programas de teatros de ópera y demás obligaciones de cualquier gobierno que se precie en nuestra moderna democracia.

Pero el problema es que hay muchos problemas. Ya obviando el nefasto y principal asunto de fondo –la absurda idea de que la cultura es algo accesorio en la sociedad (¿es acaso separable?)- hay problemas concretos que resolver urgentemente. El gobierno que se constituya tendrá que hacer frente a unos retos de primer orden. Por poner sólo un caso, cómo reorganizar el INAEM, que hace aguas desde hace décadas. Por otro lado, parece que el tan traído y llevado Estatuto del artista, aprobado el pasado enero en el Congreso, podría desarrollarse en esta legislatura (sería más que necesario), y sin embargo una noticia tan importante como que los artistas podrán compatibilizar pensión y derechos de autor, ha pasado totalmente desapercibida en el fragor del fin de semana electoral, cuando se aprobó. En definitiva, actuaciones reales que no deberían ser excepción, sino convertirse en flujo continuo que viniera a paliar el abandono crónico de la cultura por parte de los partidos y los poderes políticos. Es triste, pero por mucho que estas dos últimas medidas puedan levantarnos algo el ánimo, no hay demasiadas razones para confiar en un cambio de rumbo. Si no, los programas electorales habrían tenido otro tono. Y otros contenidos.

Como consecuencia de la deplorable consideración de los artistas, aun con todos los parlamentarios de acuerdo en desarrollar su Estatuto, se producen casos como el de la UEFA (entidad totalmente vinculada lo público), que ni corta ni perezosa “ofrece” a bailarines actuar gratis en la ceremonia de apertura de la final de la Champions a cambio de figurar en los créditos. ¡Qué gran honor! Aquí está la carta de protesta de la Asociación de Profesionales de la Danza de la Comunidad de Madrid (Apdcm) y la Confederación de Artistas Trabajadores del Espectáculo (ConArte) y un artículo de EFE sobre el tema. Algo que, como indican en la protesta, se repite demasiadas veces: 080 Fashion Week o la gala de los Goya, sin ir más lejos.

Así que bueno, en cualquier caso, el pesimismo es lo último que se pierde.

 

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