Entre Jean Nouvel y Helga Schmidt

Calentita está aún la flamante inauguración de la Philharmonie parisina, encargada al arquitecto Jean Nouvel, un acto que se vino a sumar a la autoafirmación republicana después de los terribles atentados sucedidos en Francia este mes de enero pasado. El presidente Hollande llegó a decir en el acto “Es la cultura lo que los terroristas querían atacar“. Oportunismo aparte, resulta curioso cómo -en un gesto tan francés- lo cultural sigue siendo una bandera incuestionable, de enorme efectividad en el discurso político en el país vecino. Qué lejos queda esta retórica de la racanería habitual de nuestros políticos en asuntos donde la cultura adquiera relieve, ya sea por la tremenda o en ambientes más calmados (y en esto poco importa el color mientras no haya unas ideas potentes detrás). Desde luego, no es que queramos ser franceses, ni que nos gusten los discursos grandilocuentes, es que querríamos ver lo nuestro, nuestra cultura, nuestro arte puesto en el lugar que le corresponde. Y las instituciones públicas son las encargadas de ello, las que han recibido un mandato en este sentido.

Es en estas cosas, la creación de grandes infraestructuras culturales, donde se puede ver si detrás de tanto brillo hay una dirección inteligente y no únicamente una programación vistosa y resultona o sin horizonte. Si buceamos un poco en la agenda de la Philharmonie, en el conjunto de sus espacios, dos de las cosas que más llaman la atención (acostumbrados a tanta programación redundante y banal en nuestros auditorios) es la presencia constante de la música de nuestro tiempo -el Ensemble Intercontemporain es conjunto residente-, así como la preocupación por el factor didáctico y educativo. Otros aspectos, algunos muy franceses, resultan igualmente llamativos, como un interés claro por la música de otras culturas o cómo el concepto taller recorre muchas de las actividades programadas.

En definitiva, que sí, que con todos los “peros” que queramos poner -y sin duda encontraremos muchos- la Philharmonie parece un gran invento desde bastantes puntos de vista, y el acústico no podría ser asunto menor: su acústica “democrática”, pensada para que la escucha sea óptima desde cualquier punto de la sala, y su diseño adaptable (ya tan habituales allí, al menos desde la presencia del IRCAM), pensado para la programación de distintos tipos de música, y señalando especialmente la idoneidad para las obras con electroacústica multicanal, nos dicen bastante sobre qué se quiere programar en un espacio tan emblemático. Sobre todo, cuando estas cosas se dicen en primera página, justificando los costes del proyecto en el valor del resultado, ¡y esto incluye la escucha de la música de nuestro tiempo! (citados quedan también en la presentación obras clásicas de la experiencia espacial como Répons de Boulez o Gruppen de Stockhausen). Quizá las exclamaciones anteriores se puedan considerar una exageración pero, la verdad, hemos avanzado en tantas cosas por aquí, y aún así este discurso, desde lo institucional, todavía suena tan extraño…

Triste consuelo será pensar que primero hay que limpiar la casa, y que ya se han dado algunos pasos, como la detención de Helga Schmidt, la superintendente del Palau de las Arts valenciano acusada de varios delitos, o el intrincado caso del Palau de la Música en Cataluña. Triste, tristísimo porque mientras tanto, como se informaba el pasado octubre en este artículo, las únicas ideas para tapar los agujeros parece que están en intentar hacer caja trayendo “estrellas de la lírica” como Pimpinela o Bustamante.

¿Nos espera un futuro mejor o nos declaramos neo-punk definitivamente?

 

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