Leonardo en un rosco

Todos los años tenemos efemérides de grandes personajes del arte. Este 2019 que acabamos de estrenar no es excepción. Por nombrar algunos, tendrá lugar el 150 aniversario de la muerte de Berlioz, los 200 años de la llegada al mundo de Walt Whitman o los centenarios –también del nacimiento- de Galina Ustvólskaya, Joan Brossa o Primo Levi. Pero hay uno que concita una especial y lógica atención: el quinto centenario del nacimiento del personaje sobre el que se elabora el tópico del “genio total”: Leonardo da Vinci. Sobre él rescatamos una reciente polémica que, aunque pueda pasar como anecdótica, da pie a cierta reflexión sobre cómo se enfrentan este tipo de acontecimientos y, mirando un poco más allá, pone nuevamente en la palestra el eterno debate sobre cómo debe entenderse la divulgación de la cultura.

La polémica surge por la elección, como comisario de la muestra de la Biblioteca Nacional “Leonardo da Vinci. Los rostros del genio”, de Christian Gálvez, el popular presentador del concurso de TV “Pasapalabra”. En este artículo de El País se analiza el caso y se dan las referencias imprescindibles para entender el problema. Sintetizando, la discusión gira en torno a si el rigor científico puede pasarse por el arco del triunfo en pro de que un movimiento de márquetin más o menos bien trazado logre acercar buen número de público a la exposición. Obviamente, las razones que dan los defensores de esta elección, basadas en que Gálvez es un fanático de la obra del artista italiano y que ha escrito algunos libros sobre el genio renacentista, no parece que sean de peso ante los que denigran la  estrategia de traer público a base de un presentador famoso. Entre otras razones, por ejemplo, se da el hecho de que Gálvez defienda la autenticidad al 99,9% de la joya de la exposición, un autorretrato que constituye la única obra original de la muestra –montada en su gran mayoría a partir de recursos multimedia, realidad aumentada, infografías…-, cuando los expertos no están en absoluto seguros de que sea de Da Vinci (es más, los más prestigiosos parecen coincidir en que no lo es).

Lo que parece claro es que presuponer que una mirada científica y, por tanto, seria, debe ser estirada y elitista es presuponer en exceso. Y lo que es peor, este prejuicio traslada la idea de que el científico no tiene capacidad para transmitir más allá de su contexto. Esta sí parece una posición realmente retrógrada y que tiene poco que ver con la mayor parte de la idea actual de divulgación. El concepto de divulgación científica existe desde hace tanto tiempo y es tan real, como que existen excelentes divulgadores (y también deplorables, como en cualquier materia). Quizá el problema resida en quién hace la selección, si sabe buscar a quienes realmente están capacitados para hacerlo. O lo que ocurre es simplemente que conviene plantar como comisario a un personaje público por razones que todos podemos imaginar y que tienen más que ver con entender la cultura como mero entretenimiento y, por supuesto, con los intereses comerciales y de imagen de las diversas fundaciones y empresas que ponen sus dineros (algunas de ellas, por cierto, vinculadas contractualmente con el presentador).

Al margen de esto, resulta obvio que el resultado de una exposición puede ser bueno por el mero hecho de que su comisario tenga esa mezcla de pericia, audacia y rigor necesarios para  montarla. Desde luego, ayudaría también rodearse de un buen comité técnico que cubra sus fallas. Esto no se puede negar, de lo contrario sí nos encontraríamos en una postura absurdamente elitista y poco acomodada a nuestro tiempo y lugar.

 

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