Notas de sabor para el invierno musical sevillano
Resulta obvio que la creación musical contemporánea exige del oyente una capacidad de concentración poco común y, sobre cualquier otra cosa, un paladar dispuesto a recibir nuevos sabores sonoros; sabores que necesitan, quizás, de paciencia y tiempo -una dimensión verdaderamente fragmentada y cosificada hoy en día- para provocar en nosotros ese placer tan buscado y deseado durante la escucha.
Este invierno en Sevilla se ha despedido con dos eventos de excepcional valor que demuestran cómo hay que pensar, proponer y presentar una música singularmente contemporánea.
No es tan difícil
El cuarteto formado por Éric Crambes y Luis Miguel Díaz (violines), Jerome Ireland (viola) y Gretchen Talbot (violonchelo) -miembros de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla-, junto al encargado de sonido, Esteban Baraviera, mostraron la complicidad necesaria para la interpretación del sexto concierto -del que tuve noticia gracias a la reseña previa que publicó Ismael G. Cabral en El Correo de Andalucía- perteneciente al XXV Ciclo de música de cámara que organiza la propia ROSS; un concierto que resultó ser casi una fiesta: calidad técnica, eficiencia y cercanía con el público definieron una sesión dominical y matinal mejorable solo en lo que a la Sala se refiere. Y es que el espacio Manuel García del Teatro de la Maestranza resultó algo seco, teniendo en cuenta las exigencias sonoras del programa que tuvimos la oportunidad de escuchar: Different trains (1988) de Steve Reich (1936), con sus movimientos America-Before the War, Europe-During the War y After the War; las danzas Toot nipple, Rag the bone, Judah to the ocean y Dogjam, pertenecientes a la “suite” John’s book of alleged dances (1994) de John Adams (1947); y la inconmensurable Black Angels: Thirteen images from the Dark Land (1970), de George Crumb (1929).
Cada pieza estuvo precedida de una presentación individual, tan concisa como amena y atractiva, en la que los músicos -excepto, casualmente, el único español del cuarteto- explicaron, con un sentido del humor puntual y oportuno, algunos pocos detalles de conveniente conocimiento para la mejor audición de lo que acontecería en seguida.
No fue necesario atar al público a su asiento; todos nos quedamos a escuchar una sesión de buena música presentada con calidad, complicidad y responsabilidad artística. En serio, no es tan difícil.
Una ¿ópera? contemporánea en Sevilla
Este concierto del que acabo de hablarles -celebrado a instancias del propio Éric Crambes, primer violín del cuarteto- sirvió de preámbulo para el inminente estreno de la ópera Doctor Atomic (2005) de John Adams (1947) que tendría lugar en el coliseo sevillano solo unos días después, el viernes 13 de marzo.
Como podrán imaginar, la puesta en escena en Sevilla -que suponía además el estreno en España- de una obra colosal de la escena lírica contemporánea como Doctor Atomic resulta, cuando menos, digna de un sincero reconocimiento. No se trata de una pieza precisamente sencilla, y tanto la arriesgada apuesta de su programación en el Maestranza, como lo exigente de su representación e interpretación por parte de cantantes y orquesta, merecen un aplauso agradecido.
Y es que no es habitual por estos lares asistir a un espectáculo visual y sonoro como el que ofrecen John Adams y Peter Sellars en la composición y el libreto, Yuval Sharon y Dirk Becker en la dirección de escena y la escenografía, Benedikt Dichgans y Philipp Engelhardt en la creación de vídeo, una destacada nómina de cantantes con Lee Poulis -Robert Oppenhaimer- y Jessica Rivera -Kitty- a la cabeza y Pedro Halffter-Caro en la dirección musical.
No voy a detenerme en la dificultad que entraña definir con una sola palabra el género musical en el que se instala esta obra ni en el complejo entramado de referencias textuales y tecnicismos que ofrece el libreto. Sólo diré que Adams y Sellars proponen un magnífico espacio de reflexión artística en torno al terrible desastre que supuso la creación y el lanzamiento en junio de 1945 de la primera bomba atómica, un claro ejemplo de lo que la voluntad humana no duda en provocar si su conciencia -individual y colectiva- resultar ser lo suficientemente insegura y enfermiza.
Con una propuesta visual cercana a lo fílmico en el primer acto, un discurso musical post-minimalista con incesantes modulaciones y un final de intenso y poético dramatismo, Doctor Atomic satisfizo a aquella parte del público ávida de otros sabores, a pesar de lo extenuante que pudieron resultar las más de tres horas que duró su representación. El resto de asistentes -amantes incorruptibles de la buena sopa sevillana, si este plato existe- desapareció en el entreacto.
Para que toda persona residente en nuestra querida capital andaluza pueda acceder a la interpretación de repertorios como estos en los espacios culturales y públicos de nuestro entorno es necesario que exista un compromiso férreo -como ya he dicho en algún episodio anterior- por parte de los agentes adecuados. Solo deseo que los dos acontecimientos musicales aquí narrados no hayan sido resultado, únicamente, de un “destello atómico”.
Notas de sabor para el invierno musical sevillano por Pedro Ordóñez Eslava, a excepción del contenido de terceros y de que se indique lo contrario, se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International Licencia.