Irremediablemente paletos

En el editorial del pasado mes de febrero, Sul Ponticello se hacía eco de la inauguración del nuevo espacio para conciertos parisino: la Philharmonie. Uno de los primeros conciertos realizados en tan espectacular recinto fue la Nuit du raga, más de cuatro horas y media dedicadas a la música clásica india. Durante la velada pasaron cuatro de los grandes maestros del raga, culminando la sesión con la presencia de Hariprasad Chaurasia, un extraordinario flautista poseedor de una técnica para el desarrollo del raga sin parangón. Además hubo presencia de las dos grandes tradiciones: la carnática y la hindostaní en la misma sesión; todo un lujo que puede disfrutarse hasta el próximo mes de julio en este enlace.

No puedo sino ver con envidia cómo los parisinos pueden disfrutar de un espectáculo de esa naturaleza. Comprobar cómo hay lugares donde las músicas cultas o populares de otros lugares del planeta se ofrecen con la mejor de las presentaciones posibles. Mientras, en España, nos hemos quedado fuera de ese circuito, al que accidentalmente nos asomamos por un corto periodo de tiempo. Sí, al igual que nos hemos quedado fuera del mapa de la música contemporánea al carecer de un festival digno de tal nombre, también lo estamos de la World Music, o música étnica, especialmente cuando esta es un producto refinado.

Atrás quedaron los tiempos –qué poco duraron- en que se podía ver un gamelán indonesio, una ópera china, teatro kabuki, giróvagos danzantes o cualquier otra manifestación de similares características. Fue sobre todo en el arranque del Festival de Otoño de Madrid (que era de otoño y no una cosa rara, parece mentira tener que decirlo) cuando se rompió el aislamiento imperante, trayéndose compañías a brindar sus espectáculos a un público entusiasta. Algo que debería ser normal en una capital europea.

Hoy puede resultar costoso desplazar una gran troupe, con músicos, bailarines, actores, instrumentos y decorados… Aunque siempre se puede contar con el apoyo de las embajadas y dar sentido a esos intercambios culturales que suelen firmarse en los acuerdos diplomáticos con otros países y que no parece que se plasmen en música que se pueda asociar al exotismo…  Pero no siempre es necesario mover grandes efectivos. Volviendo a la música india, por la que tengo especial querencia, tres o cuatro personas pueden ser suficientes para un recital de gran calidad. Recuerdo hacia finales de los años 70 un concierto en El Retiro madrileño con Ravi Shankar y Alla Rakha… Eran los años de la movida, y no sólo se hacía pop.

Mientras las músicas del mundo están prácticamente desaparecidas de los grandes escenarios, estos se han abierto al flamenco. ¡Para qué queremos músicas remotas y bailes de allende nuestras fronteras si aquí tenemos lo más grande que existe! Así, cantaores, bailaoras y maestros de la guitarra se prodigan por auditorios y teatros a cual más enorme. Como si el flamenco no tuviese en España su propio circuito, y locales idóneos donde ofrecerse, quizás sin la asepsia y la espectacularidad de los recintos destinados a la música clásica, pero donde por ambiente, horario y entorno se logra que el duende se materialice más fácilmente. A todo esto, no parece que otras manifestaciones del rico folklore español disfruten, ni de lejos, de una presencia comparable. El merito de la exclusiva programación de flamenco en los locales públicos más selectos parece que recae en la Junta de Andalucía, que paga por ello. Lástima que no se pueda contrastar la grandeza del flamenco comparándola con otras manifestaciones culturales del mundo mundial. Sería formidable, ¡ea!

 

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