PA-NO-RA-MA

Foto: Christian Berthelot
“Todo es cuerpo, todo es música” es lo primero que se le viene a uno a la cabeza cuando está viendo Panorama de la Compañía DCA, es decir, el nuevo espectáculo de Decouflé en los Teatros del Canal dentro de la XXXI edición del Festival de Otoño a Primavera de la Comunidad de Madrid. Espectáculo en el que revisita algunas o partes de sus piezas danzísticas para un nuevo y joven elenco. Tan joven que sus componentes ni si quiera habían nacido cuando se estrenaron algunas de ellas o simplemente eran unos críos para interesarse por ellos y tratar de conocerlas. Pero el tiempo ha pasado. Los niños han crecido. Se han hecho grandes. Y aquí están para darles fuerza, vigor. Rejuvenecerlas, corporalmente, lo que no ha sucedido con la revisión y actualización del vestuario que en ciertos momentos parece caduco, pasado de moda, sin gusto para el gusto actual aunque hiciera estragos o fuera à la mode en los ochenta. Un pecado menor en esta panorámica del trabajo de su coreógrafo.
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Lo verdaderamente interesante es cómo el trabajo construye una historia. La historia de una troupe que se imagina itinerante. Nada concreto sucede en el escenario. El hilo narrativo se antoja mínimo. Pero sí acumula anécdotas y estímulos, tal vez, la causa de que haya dicho poco o nada a críticos como Roger Salas. No porque no tenga números destacables, sino por la sensación de ¿qué cuenta?, ¿para qué? y ¿qué aporta? flotan en el aire. A la vez que el público, entre el que se encontraban varios niños, disfrutaba con los distintos números, tal vez, ingenuos y de corte infantil. De hecho no faltan en el espectáculo las referencias a los videojuegos y sus inverosímiles personajes. Y, en una de sus piezas, suena la típica música del slapstick que suele acompañar a los dibujos animados en el que unos personajes persiguen a otros y en su huida se chocan o se dan con todo lo que se les pone por delante. Así que el crítico, y los que le siguen o comparten su visión del asunto, se muestran fríos en el aplauso. Mientras, el resto del público se divierte, aplaude de forma espontánea a lo largo del espectáculo y, por supuesto, hace salir a escena varias veces a estos bailarines que saben bailar, cantar y actuar de una forma cercana a ellos.
Sin embargo, otra mirada es posible sobre el espectáculo. A saber. Que todo ruido es música bailable, hasta el silencio o hasta el ritmo de la voz que cuenta una historia. Y todo es cuerpo que baila, se mueve en el espacio con un ritmo, una dinámica, en una sucesión de gestos. Incluidas las manos que se usan para contarnos una historia de sombras chinescas y que posteriormente se convertirán en la sombra que hacen las bailarinas al bailar. Ampliación de unos límites que se dirá ya han hecho, mostrado y conseguido muchos otros antes que Decouflé. Pero que él se empeña en popularizarlos de una forma sensual e intuitiva para el público. Lejos de la abstracción y reflexión a la que se someten voluntariamente las academias y la crítica. Color y banalidad que lo hacen fácil y accesible. Y, también, alegre para el que lo vea y lo escuche a poco que se deje llevar por el juego. Una fuerza que ya se creía perdida en los tiempos que nos han tocado vivir, con tanto aguafiestas suelto, y que este espectáculo recuerda que se encuentra en el humor y, por supuesto, en la belleza de la poesía.
Un estado de las cosas que no solo afecta a Decouflé, sino a sus compositores habituales. Sospechosos por moverse entre el pop, la electrónica y la música experimental sin que, al menos públicamente, se les vea mal parados en sus ánimos. Creadores de una banda sonora panorámica de ritmos populares, aunque sean composiciones propias no excesivamente conocidas, al menos en España, pero que suenan a cercanas, propias de nadie, pertenecientes al común. Compositores que incluyen a Karl Biscuit, Hugues De Courson, Claire Diterzi, Sébastien Libolt & la Trabant, Parazite Système Sonore (Marc Caro, Joëlle Colombeau, Spot Phélizon) y Joseph Racaille. Cercanos, algunos de ellos, a la instalación sonora y a la música melancólica o new age similar a la que acompañaba a muchas bandas sonoras de películas indies y, en la actualidad, a grandes blockbusters que se hacen pasar por alternativos. Ahora que ya todo es música o al menos se acompaña de ella.
Se trata pues de un espectáculo que practica el pastiche pop sin miedo y lo ofrece y defiende con valentía. Mostrando la diversidad, muy evidente entre sus bailarines y bailarinas, porque es real y lo real está por todos lados. Realidad musical y corporal. Una sana sinvergonzonería que pone cuerpo, música e imágenes a nuestro tiempo, a una manera de ser en el mundo, que empezó allá por los ochenta. Ah, y también pone humor y poesía, aunque ya se ha dicho, hay que recordarlo, porque sin duda son el secreto de su éxito entre un público que sale del teatro feliz y contento, a una calle fría y mojada por la lluvia en la que no es posible bailar ni dar saltos de alegría.
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