26-J
1 de julio de 2016.
Premisa primera: no soporto a los locos ni a los votantes españoles, quedando claro de antemano que relacionarlos en una misma sentencia no implica en modo alguno considerarlos similares; a los segundos, como colectivo valorado a tenor de los resultados electorales, los catalogaría simple y llanamente como incapaces intelectuales. Cualquier atisbo de educación y cultura ha muerto. El raciocinio ha perdido la partida.
Tal vez sea esta una afirmación atrevida en exceso, y tal vez esta cierta incontinencia verbal provenga de la lamentable experiencia (relación extraña, lo reconozco) de haber vivido un asesinato directamente en segunda persona (la primera persona son siempre la persona muerta y el asesino, y ya en segundo lugar tenemos a los afectados cercanos), esta cierta incontinencia verbal para decirle a la gente sucia que lo es; a los sucios emocionales, a los utilizadores, a los controladores, a los negativos, a los destroza-gentes. Cierto es que hubo una época en mi vida en la que incluso me resultaba divertido rodearme de un tipo X de seres peculiares, con ciertas perturbaciones a primera vista no agresivas disfrazadas generalmente de “personalidades creativas” (esa absurda idea popular de que el creador está medio loco que nadie se cree ya, excepto el creador que necesita sentirse especial dado que su obra no le produce ese efecto), dado que siempre he disfrutado de un buen auto-control y el asunto no me salpicaba demasiado; hasta que uno de ellos va demasiado lejos y ahoga en una bañera a su propio hijo con premeditación y alevosía y tú te encuentras en el periódico a tu una-vez-algo-parecido-a-un-amigo entrando en prisión.
Por supuesto, no voy a dar aquí ningún tipo de detalle morboso acerca de mis vivencias personales, ni voy a valorar lo trágico y posiblemente traumático de lo acacecido allí en relación a las consecuencias últimas extraídas de ella: huelga decir que las pesadillas preguntándose si lo hubieras podido evitar son algo común entre los que vivimos algo así, como común es la certeza de que si bien no hubiéramos podido evitar el desastre sí hubiéramos podido establecer cierto freno a una persona fría y tiránica con su descendencia y, eso desde luego, común también y compartido es el compromiso de alejarse de todo tipo de personalidades mínimamente enfermas no sin antes dejar muy claro los motivos por los cuáles uno se aleja ad aeternum. Ante un maltratador, un asesino, un destrozavidas, señalar es de muy buena educación, como también lo sería señalar a los destrozapaíses, porque si bien es cierto que semejante analogía resulta excesiva sobre papel, no lo es tanto al considerar que una mayoría de habitantes del país ha decicido dar su voto a un partido político cuyos miembros, de manera pública y fehaciente, han emitido sentencias repugnantemente sexistas, exculpatorias del maltrato, justificatorias de agresiones de género, que se encuentran en un sinnúmero de procesos judiciales abiertos, que han insultado y denigrado a la Sanidad pública y a la Enseñanza reduciendo sus recursos y explotando a sus profesionales obligándolos a reducir la calidad (y humanidad) de su atención aumentando sus “cupos” de pacientes y alumnos de manera absurdamente inhumana y una enorme y larga lista de despropósitos por todos conocida. No voy aquí a analizar los procesos subyacentes a este panorama que parece estar destinado a la privatización de los servicios públicos, al aborregamiento general de la población de manera intencionada, ni a la más que obvia vendetta dirigida a los agentes culturales encarnada en una aplicación de una IVA cultural sencillamente absurdo y único en el mundo (ese 21% frente al tipo reducido o suprareducido del resto de Europa) y en la reforma fiscal aplicable a materia de Derechos de Autor, en la reforma de la Ley de Propiedad Intelectual o en las diferentes medidas populistas tomadas contra SGAE por parte del gobierno de Mariano Rajoy (y que han sido declaradas ilegales por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea). No es la intención de este artículo analizar todo esto, lo cual se encuentra ya más que analizado en mil sitios y parece dar igual: la intención de este artículo es decir, sin más, que si a usted todo esto le parece un precio asumible, ergo usted “se lo tiene que mirar”, pero partiendo de otra premisa básica (segunda): no creo que existiera ninguna opción coherente más allá del voto nulo. Los programas de “izquierdas” tal vez resultaran más asumibles a través de sus incoherencias y errores que los de derechas a través de su ataque directo, pero uno y otro son lo mismo (para quien lo desee, sobre la imposibilidad de los programas de “izquierdas”, algo he comentado en una columna anterior Adiós a Gamoneda en esta misma publicación, aunque si se diera la maravillosa circunstancia de unas terceras elecciones, entonces ya sí me esforzaré al máximo por escribir -a tiempo- sobre cada uno de los despropósitos planteados desde los equipos aspirantes a formar gobierno). Así las cosas, y sin opciones, lo que realmente preocupa es el nivel al que llega el “pensamiento” popular (“popular” de pueblo, no de gaviota, ese animal carroñero), el cual prefiere jugar a la ruleta rusa antes que levantarse de la mesa y decidir que ya no juega más.
Hace poco, alguien en Internet postulaba que “No todos a los que nos gustan los toros disfrutamos viendo matar animales, ¿es que no hay otras maneras de pensar?”. Y yo contesto: ¿por qué extraño motivo toda la basura que sale de cualquier cabeza ha de ser considerada como respetable, valorada o escuchada? Es decir, ¿por qué tengo yo que dejar de reirme ante el inepto que piensa algo como lo arriba escrito? Y yendo algo más lejos, caballeros, ¿por qué tengo que valorar yo en la misma medida el criterio de un pescador al lado del de un arquitecto a la hora de hablar de redes de arrastre en el Índico? Es la hora de que cada individuo medianamente capaz le ponga nombre a las cosas; que lo tienen, y muy claramente, sin que ello suponga defender una suerte de a verbis ad verbera y caigamos en un enfrentamiento físico directo. En modo alguno defiendo la violencia, pero, gravitando sobre sentencias latinas, creo firmemente en la validez de la denuncia coram populo, la abiertamente pública y cercana: no la que se hace cobardemente a través de redes sociales y similares, sino la de afirmar rotundamente al vecino propio que vivimos rodeados de gente absolutamente incapaz de cualquier pensamiento con un mínimo de coherencia, teniendo en cuenta que el vecino ha sido de los que ha votado a un partido político cuyos estragos considera ciertos y excesivos pero que “aún así es la única opción para salvar y levantar el país”. ¿Salvar? ¿Levantar? Vaya con la salvación. ¿Estoy siendo soberbio? Tal vez. Estoy dispuesto a hablar de la cuestión con algún estudioso de la Ética como disciplina, pero no con el primero que me encuentre por la calle. Asumo mi posible culpa.
2 de julio de 2016.
Tercera premisa: asumo el compromiso personal de señalar al asesino (también al incapaz) y su inmediata consecuencia de que el asesino me señale a mí. Y como creo que el mundo, la sociedad, se modifica mediante el ejemplo y no mediante la opinión, me parecería maravilloso que todos empecemos a señalarnos y a enfrentarnos dialécticamente de manera abierta. No está nada mal que un grupo señale a otro, ponerle cruces rojas encima de las espaldas. Es una idea un tanto dictatorial, ciertamente; parece que la impotencia y una excesiva radicalización de mi pensamiento me esté llevando a una inflexibilidad que no atiende a razones: incluso parece mi mente una democracia española. Pero es que para un esteta pasivo como yo he sido, el que una sociedad me lleve de cabeza a la politización abierta me parece un acto de agresión vergonzosa, y ahora me encuentro con que me han disparado primero y parece que no existe solución alguna por la vía de la resistencia intelectual pasiva. Nono, ven a mí: no creo en el poder del Arte, Luigi, para modificar nada, pero sí creo en las manifestaciones personales y la mía como la tuya es artística. Han suspendido mi canto. Toda mente intelectual debería levantar ya mismo sus armas intelectuales.
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